17 de diciembre de 2013

El Beijo de las Locomotivas


 
 
 


EL BEIJO DE LAS LOCOMOTIVAS

Joel A. Rand

Faro de Vigo, 25 de marzo de 1886:


 “…Poco después de las nueve de la mañana los convoyes avanzaban hasta encontrarse en mitad del puente y darse el beijo las locomotivas, unidas durante unos minutos por los parachoques frontales mientras la multitud apiñada a una y otra orilla contestaba con entusiasmo a aquellos vivas y agitaban los sombreros y pañuelos produciendo un efecto muy sorprendente, contemplado desde el centro de la hermosa construcción que se hallaba engalanada con millares de banderas.”

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Tuy, 2 de febrero de 1879

Queridísimo hermano,

Espero que al recibo de la presente tanto v. como Madre se hallen bien de salud. Nosotros, a Dios y a su Majestad gracias, hemos alcanzado en el día de ayer sin mayor percance nuestro destino. A pesar de su amplia experiencia y del profuso conocimiento que posee de los caminos de hierro, no pudo D. Luis Page dejar de expresar su asombro por haber realizado el viaje en poco más de una jornada. Figúrese v. que de Madrid a Tuy nos ha tomado el itinerario tan solo treinta horas. Algo impensable hasta hace muy pocos meses. Sostiene el jefe de ingenieros que hemos alcanzado tales cotas de progreso que en breve tiempo, una vez que se haya completado íntegramente la red ferroviaria, no quedará más labor en España para nosotros, los ingenieros, y habremos de buscarla en otros países. Yo considero que sus apreciaciones no son en absoluto acertadas y que todavía han de ser muchas las cosas en las nos haremos imprescindibles aquí, pero como comprenderá v. no debo contrariarle demasiado manifestando mis pensamientos ya que la diferencia de rango y edad no me permiten tomarme ese tipo de licencias con un hombre serio y formal como es D. Luis.

Aunque la atmósfera es efectivamente húmeda y fría en esta región y amanecen espesas nieblas atraídas por el cauce del río, le sorprendería contemplar lo hermoso que es el entorno de la villa. Pequeña y con población muy dispersa, la ciudad hace gala de su carácter catedralicio y doy fe que bien se notan el peso y la autoridad que en ella la iglesia ejerce. La catedral, pequeña y con un aire de fortaleza, preside una colina desde la que bajan estrechas callejas de piedra, un blando granito lugareño que nada tiene que ver con el que usamos en la capital y al que la humedad hace florecer caprichosamente con verdes líquenes que dan un tono de lúgubre encantamiento a las construcciones. El río Miño, mucho más desahogado y caudaloso de lo que yo hubiera esbozado en mi imaginación, nos separa de la villa fortificada de Valença, de la que he escuchado historias maravillosas y que espero tener la oportunidad de visitar pronto. Aunque, como bien sabe v., no existe de momento puente alguno que permita viajar cómodamente de una villa a otra y la única manera de realizar dicho trayecto es utilizando las barcas de madera que transportan a diario las reses y las verduras que suponen la economía básica de estas gentes.

En lo que respecta a ellas, a las gentes, debe decirle v. a Madre que, tal y como me aseguró, se trata de personas amables y serviciales, pero reservadas, y aunque entre ellos utilizan con frecuencia su gracioso y añejo lenguaje gallego, procuran con nosotros hablar la lengua española, que salida de sus bocas suena a veces suave y musical y otras veces adquiere una extraña aspereza que provoca la risa de todos.

Como ya he tenido la oportunidad de explicarle a v. en persona recientemente, el propósito de nuestra visita es precisamente determinar el trazado ideal para unir, mediante un puente que salve el río, la línea ferroviaria que comunica Tui y Vigo con la que llega a Valença desde Oporto. Es voluntad mía y, por supuesto, del ingeniero jefe, D. Luis Page, que el lugar elegido sea idóneo no únicamente para la circulación de las locomotoras sino también para el tráfico de carruajes e incluso si fuere menester del de las propias personas a pie, lógicamente con el establecimiento del portazgo que voluntariamente determinen ambos gobiernos. Según ha observado D. Luis parece que los ánimos políticos en la zona están caldeados debido a que se han puesto en liza intereses económicos de unos y otros que perturban el interés general y podrían alejar el trazado de la ciudad. Además de enrarecer el ambiente, esta circunstancia ha aplazado considerablemente el proyecto hasta ahora. Es intención de todos nosotros hacer que impere el sentido común y tener redactado el informe en breves fechas por lo que es bien seguro que podamos volver a vernos muy pronto.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 8 de marzo de 1879


Mi más apreciado hermano,

Le ruego mil disculpas por no tener recibido noticias mías hasta la presente y me alegraré que al recibo de la misma se halle v. bien de salud en la compañía de Madre.

Los días han sido de gran trabajo y pesadumbre aquí. Como le manifestara en mi misiva anterior es completamente cierta la existencia de onerosos intereses que han hecho que no haya resultado fácil tarea la redacción del informe final, pero D. Luis, que ha demostrado su gran criterio y recta disposición no se ha dejado embaucar ni amilanar por las presiones que algunos poderosos señores de la zona pretendieron ejercer sobre una decisión que nos corresponde únicamente a nosotros. Si bien al principio no se trató más que de pequeños agasajos y lisonjas que no pretendían otra cosa que comprar nuestra voluntad, es bien cierto que cuando comprendieron que nuestro afán era el de tomar una determinación exclusivamente técnica y favorable al interés general de las gentes, aquellos se han tornado un tanto desagradables y violentos para con nosotros. No deben v. ni Madre preocuparse, sin embargo, por nuestro bienestar ya que, aunque la presión de estos caciques ha sido ciertamente grande, gozamos por otro lado de los afectos y la cálida hospitalidad del pueblo que ve en nosotros a las personas de bien que por naturaleza somos.

Después de haber estudiado sobre la zona las tres variantes que se discuten desde hace tiempo, nos ha resultado evidente que dos de ellas no muestran más lógica que la de un interés económico estrictamente personal. Así que, evitando herir las sensibilidades de aquellos señores, D. Luis, con nuestra solícita colaboración, ha venido en redactar un informe serio y técnicamente argumentado sobre la conveniencia de ejecutar la obra de ingeniería sobre la variante denominada de “O Poste Vermelho” que viene a dar a un lugar al que aquí los paisanos nombran como Las Bornetas, y ha desechado las opciones de Ganfey y la Raposeira aduciendo no sólo su lejanía de las villas sino también por el riesgo que suponen las crecidas fluviales en ambos parajes. Para dar mayor soporte a su informe y evitar oposiciones mal fundadas que difieran más la ejecución del proyecto ha solicitado que el ingeniero D. Pelayo Mancebo realice un boceto del puente que se anexará al mismo. De esta manera tenemos la convicción de que no existirá ningún tipo de desacuerdo por parte de los ingenieros portugueses y pronto se podrá licitar la fabulosa obra. Siendo esto así, estoy seguro de que podremos vernos de nuevo en muy breve plazo.

En cuanto a la vida aquí, me contenta informarle a v. que finalmente he logrado cumplir mi anhelo de visitar la fortaleza de Valença. Y bien es cierto que ha sido en compañía más agradable de la que yo hubiera podido imaginar. Pues habiendo preguntado en la posada donde hacemos hospedaje por la mejor manera de alcanzar la villa portuguesa, han mostrado enorme preocupación por que no me extraviase; de tal manera que han resuelto encomendar a la Señorita Leonilde, hija del posadero, la misión de servirme de lazarillo en mi excursión a la ciudad amurallada. Debo confesarle a v. que si Valença es hermosa, la joven que me guió no lo es menos, entiéndase desde el respeto que ella merece por mi parte, que lo es todo, por supuesto. Aunque si algo se debe reconocer, eso sí, es que las muchachas de esta zona poseen una singular belleza que las hace merecedoras de toda clase de requiebros y alabanzas por parte de nuestro grupo, de los que yo, por mi carácter pausado y poco propenso a las salidas de tono, no suelo participar.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:


Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 15 de septiembre de 1879

Queridísimo hermano del alma,

Espero que v. y Madre se hallen en buen estado de salud al recibo de la presente. Yo, a Dios gracias, bien. Deben vv. perdonar que no haya escrito en tanto tiempo y entiendo que se preguntarán el motivo por el cual no he regresado a casa todavía, una vez que nuestro cometido, esto es, la emisión del informe técnico, ya fue cumplimentado hace más de dos meses y tanto D. Luis como el resto de la comitiva están de vuelta en sus respectivos hogares. 

La cuestión es que he encontrado fácil acomodo en este lugar, y previendo que por mi formación me será fácil encontrar trabajo en las tareas de construcción del viaducto, he dispuesto quedarme hasta que den comienzo las mismas. Según me han informado desde Madrid se ha aceptado la propuesta y es muy probable que pronto se apruebe el proyecto de D. Pelayo Mancebo licitándose por fin los trabajos del puente. El diseño, tal y como he tenido la oportunidad de contemplar es absolutamente ingenioso. La inteligencia de D. Pelayo ha dado con una sencilla solución para la cuestión del tránsito del tráfico ordinario y, a la vez, del ferroviario, lo cual ha de permitir un considerable abaratamiento de los costes de construcción. Se trata de una especie de cajón de doble tablero formado por vigas de celosía múltiple y pilares tubulares de fundición con estribos de sillería granítica. A nivel basamental ha tenido el atrevimiento de resolver a cuestión con arcos de medio punto y en el del tablero, sin embargo, se ha decantado por dobles arcos y una balconada corrida. Una obra al estilo del afamado Eiffel y que sigue un esquema arquitectónico bien sencillo pero que, a la vez, da a la obra un aspecto de gran ligereza, v. ya me entiende.

En otro orden de cosas, no sé si le he mencionado a v. en anterior correspondencia a la Señorita Leonilde. La hija del propietario de la posada en donde me alojo es una muchacha de porte esbelto y bien formado. Cosa que advierto porque bien salta a la vista y no porque haya yo querido posar mi atención en ella de manera poco honrosa. Sus ojos son almendrados y oscuros, de una negrura húmeda que refresca el alma y su cabello, que cae ondulante buscando la cintura, es del mismo color que las noches sin luna sobre el Miño. En su angelical rostro destacan unos labios, carnosos y turgentes, que hacen palidecer de envidia a las rosas y camelias que florecen en el lugar. Su cuello, esbelto y delicado como los troncos de los tilos, se torna gracioso y cimbreante cada vez que alguien requiere su atención. El busto es generoso, cálido y rotundo e incita a retornar a la infancia para sumergirse en su eterno arrullo. La cinturilla es de tal modo ágil y graciosa que transmite la fragilidad de un cervatillo y sin embargo, sus generosas caderas, se resuelven contundentes aunque de ninguna manera excesivas hasta alcanzar unas piernas, que bajo los pliegues de sus faldas no es difícil adivinar largas y torneadas, que son en definitiva las que le confieren esos andares elegantes y a la vez resueltos. Espero que entienda v. que estos atributos los valoro yo de manera totalmente objetiva por ser ella la persona que me atiende habitualmente en la posada y no porque exista ningún tipo de atracción animosa por mi parte.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



Tuy, 1 de marzo de 1880

Amado hermano,

Espero que la salud lo acompañe a v. y también a Madre. Yo, a Dios gracias, conservo buena salud de momento.

Deberá usted disculpar el retraso en escribir pero los días y hasta las semanas se me escapan acompañando a la Señorita Leonilde a todas partes. Debo afirmar que se ha establecido entre nosotros una amistad casta y de todo punto sincera. Lo cual no redunda en menoscabo de que ella acepte aquellas pequeñas fruslerías que yo tengo el gusto de ofrecerle como prenda de nuestra buena relación. Bien imaginará v. que no obro yo por galantería ni por ganar favor alguno, sino que más bien me mueve el ánimo de dejar a todas luces patente que nuestra simpatía admite esas confianzas. Tampoco es que sean grandes agasajos, ni de un coste excesivo: una pequeña pulsera de oro o unos pendientes de plata y azabache de vez en cuando que, como v. imagina, no suponen un gran dispendio para la economía de nadie y, por otra parte, en ella lucen divinamente. Son contados los días en que no nos acercamos a las hermanas encerradas del convento de las Clarisas y procuro para ella unos pececillos de almendra que tanto la deleitan o, en otras ocasiones, un brazo de gitano para que invite a su familia, a quienes, por cierto, debo agradecer que no hayan visto nada deshonesto en nuestro aprecio mutuo, que insisto, es siempre desinteresado y cargado de buenas intenciones. Si v. tuviera oportunidad de admirar la sonrisa con que recibe estos pequeños presentes comprendería no sólo que se trata de una muchacha cándida y desprendida sino que alcanzaría a simpatizar con mi debilidad (entienda v. ésta en el sentido más casto del término) por ella.

Por lo que respecta al puente, ha llegado noticia a Galicia de que su Majestad Alfonso XII ha aprobado mediante Real Decreto el proyecto de Mancebo, quién ha presupuestado su construcción en más de un millón doscientas mil pesetas; lo que le dará a v. una idea de la importancia de tan magna obra. Espero que pronto se subaste su ejecución y puedan empezar los trabajos ya que mi situación económica, no habiendo realizado labor remunerada desde que finalizasemos el informe técnico, empieza a requerir cierta ocupación. Le rogaría a v. que, en tanto no se resuelva esta situación y comiencen las obras, me adelantase de la manera que le fuere posible parte de los fondos que Padre, Dios lo conserve en su gloria, nos dejó en legado.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 6 de noviembre de 1880

Hermano mío,

Salud para v. y también para Madre. Yo me cuido.

Le sorprenderá tanto como a mi conocer que no he recibido noticia alguna sobre los dineros que le solicitara hace ya algunos meses. No entiendo que es lo que pudo haber sucedido. Por eso le ruego que, en tanto pueda, preste v. a ello la merecida atención por si se hubiere extraviado de alguna manera el envío. El caso es que, al no disponer de ellos, me he visto en la perentoria necesidad de hallar un empleo que me permita continuar alojado en la posada, puesto que mi renta se ha agotado por completo y, como es comprensible no siendo natural de la zona, no dispongo del crédito necesario como para alojarme a fianza. Por desgracia, el tener que realizar una jornada laboral no me deja demasiado tiempo para continuar labrando mi amistad con la Señorita Leonilde. Y, bien es cierto también, que cuando dispongo de unas horas libres no encuentro en ella el ánimo de voluntad necesario para emprender un agradable paseo vespertino, pues debe saber que se halla ultimamente bastante cansada e inapetente, intuyo yo que por ese tipo de asuntos femeninos que escapan al entendimiento de los varones. Sin embargo, me ha aliviado oir de su propia boca que le importa bien poco el hecho de que no disponga yo ahora de peculio suficiente para los obsequios a los que la tenía acostumbrada. Ya le había yo asegurado a v. que se trataba de una muchacha casta y completamente desinteresada.

Por lo que respecta a mi trabajo, le agradará conocer que guarda cierta relación con la construcción del puente. No sé si ha llegado a sus oídos que se han iniciado por orden del gobierno las obras de construcción de un fuerte militar cerca del río. La guarnición que ha de alojarse en ella, de unos doscientos soldados, tendrá como cometido único el de volar el paso si se diera la circunstancia de que, Dios no lo quiera, se iniciase una guerra con Portugal, motivo por el cual se ha de dotar incluso de hornillos de mina el margen norte del puente. Han llegado recientemente ingenieros militares de La Coruña y Vigo para iniciar los estudios pertinentes. Después de presentarles mis respetos y mis credenciales me han asegurado que las labores de ingeniería estaban perfectamente cubiertas por los mandos militares correspondientes pero que no me faltaría trabajo si estaba dispuesto a asumir ciertas labores de albañilería que a los soldados rasos les resultaban demasiado arduas. No existiendo posibilidad de encontrar nada mejor en la ciudad (puesto que los señores caciques todavía me guardan un amargo recelo por la contrariedad que les supuso el informe de D. Luis) he estado encantado de aceptar el empleo.
                                       
Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 12 de agosto de 1881

Hermano mío,

Espero que esté v. bien de salud y también Madre.

Debe v. disculpar que no haya escrito en tan largo tiempo pero lo cierto es que no dispongo de mucha ocasión para hacerlo puesto que los gallegos son gente cumplidora en exceso que tiene tendencia a realizar unas jornadas laborales ciertamente aprovechadas.

Supongo, como es natural por otra parte, que estará v. interesado en saber de la Señorita Leonilde. Le informo que el poco tiempo libre del que dispongo lo empleo yo en ofrecerle la compañía que merece. O más bien en intentarlo. Puesto que la extraña apatía que me parece recordar le había mencionado ya en correspondencia anterior ha continuado acechándola desde entonces. Y según he podido comprobar, lleva ya algún tiempo tratándola de su mal el Doctor Aquilino que es un simpático y gallardo joven de hermosa melena rubia que la consulta cada tarde. Curiosamente suele su visita coincidir con los ratos libres de los que yo dispongo, por lo que no me es fácil últimamente disfrutar de las amigables charlas que antes manteníamos. Sin embargo, todo sea en beneficio de su salud. El doctor, que bien se ve que es hombre abnegado y dedicado a su profesión, no permite nunca que salga sola a dar los paseos que, es fácil de entender, son promovidos por prescripción médica. Atento y servicial, le ofrece su brazo para acompañarla Corredera arriba y abajo comprándole de vez en cuando alguna baratija sin importancia para procurar que mantenga el espíritu alegre. Cuando esto sucede yo, que por discreción suelo observarlos desde detrás de algún árbol, me alegro de ver como se le iluminan sus bellísimos ojos negros y su boca dibuja una sonrisa que podría iluminar el mundo entero. A mi pesar, he advertido, sin embargo, que últimamente y coincidiendo de manera bastante precisa con estos momentos vespertinos también a mi me acucian ciertos problemas de salud que he de consultar, cuando se ofrezca la ocasión, al propio Doctor Aquilino. No debe v. preocuparse demasiado, ni alarmar a Madre tampoco, pues no creo que se trate más que de una ligera aflicción derivada del cansancio. Pero he de asegurarle a v. que resulta bastante incómodo el ardor en la boca del estómago, así como el irregular aceleramiento del pulso que me produce a veces la impresión del que el corazón vaya a escapárseme de un salto por la boca.

Tengo, por otra parte, buenas noticias que darles a vv. Finalmente ha sido subastada en Lisboa la ejecución de la obra del puente. Y parecer ser, así lo asegura la prensa local, que la adjudicaria de los trabajos ha sido una empresa belga denominada Societé Anonyme Internationale de Construction et d’Enterprise des Trabaux Publics “Braine-le-Compte” que, todo hay que decirlo, pone ciertas objeciones a que el puente disponga de las pilas tubulares tan inteligentemente propuestas por Mancebo y propone su sustitución por apoyos ordinarios de fábrica, bastante menos vistosos, que duda cabe, pero que evidentemente resultan mucho más económicos. Esperemos que ponto puendan dar comienzo las obras que tanto tiempo llevamos anhelando.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


 




Tuy, 2 de febrero de 1882
 

Hermano,

Debe v. saber, se lo digo para su provecho rogándole que de ningún modo se lo transmita v. a Madre, que las mujeres son unos seres absolutamente egoístas e interesados. Entenderá que viene este comentario a colación de Doña Leonilde y tendrá, por tanto, interés en conocer los hechos que motivan tal afirmación. Debo, sin embargo, mantener la discreción de la que siempre he hecho gala y dejaré ahí, por tanto, el asunto. Le recomiendo eso sí, que si tiene aprecio por su propia persona se guarde v. de ellas.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez

Pd. Las obras del puente se han retrasado debido a discusiones técnicas entre la empresa y los ingenieros portugueses y españoles. Pero es de esperar, Dios oiga mis plegarias, que en breve plazo den comienzo los primeros trabajos.



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Tuy, 16 de junio de 1882

Queridísimo hermano del alma,

Deseo de todo corazón que al recibo de la presente se halle v. bien de salud en la compañía de madre.

Hace tiempo que no le escribo y me parece recordar que mi última misiva fue redactada bajo un estado de turbación de espíritu que no se corresponde en absoluto con mi natural talante. Le ruego, por tanto, me disculpe si en ella se manifestaba algo inapropiado u ofensivo que hubiera podido molestarle. Ocurre que a veces el ánimo se acalora y, perdiéndose el raciocinio, acaban las personas de tal manera reconvertidas en animales. Por tanto, si en ella halló v. alguna apreciación inconveniente acerca de Leonilde le ruego que la borre de su memoria de modo que no quede tachón o mácula que pueda desdibujar la idea que, porque así lo merece, debería v. tener de ella.

Le escribo en esta ocasión con motivo de anunciarle una buena nueva que estoy seguro resultará muy del agrado tanto de v. como de Madre. Como bien sabrá, no habiendo salido en toda su vida de esta pequeña ciudad, Leonilde es una muchacha sin mundo y provista de una ignorante ingenuidad que la convierte en presa fácil de los muchos embaucadores que por la tierra deambulan, supongo que entiende v. bien por donde se encamina mi disquisición. Es esto de tal manera así, que por cuestiones que no vienen al caso y de las cuales no procede tampoco explicación por escrito en este momento, hemos venido en contraer matrimonio el pasado día ocho del presente y el niño, es decir su sobrino de v. y nieto de madre, es esperado para primeros del mes que viene. Parece que todo saldrá bien gracias a Dios y al buen hacer del Dr. Jaime Peixoto (pues la Señora de Montero, que es como debe ser llamada ahora, aquejada de las típicas extravagancias de las gestantes, no ha querido ver al Doctor Aquilino ni en pintura). Espero que no entienda v, y Madre mucho menos, que la cuestión de la preñez responde a ninguna actuación no respetable por mi parte. Creo que son vv. plenamente conscientes de que el recto proceder en toda ocasión y bajo cualquier condición es la premisa directriz de mi existencia.

Y como bien anuncia el dicho que los niños con un pan debajo del brazo vienen, debo comunicarle a v. además que, por fortuna, se han iniciado los trabajos de construcción del puente a las órdenes de dos ingenieros constructores belgas y del ingeniero inspector e hijo de Galicia, Andrés Castro Teijeiro, los cuales han tenido la deferencia de considerar mi título de ingeniero así como mi reciente experiencia previa en labores de albañilería para consignarme uno de los solicitados treinta y seis puestos de operario que tendrán el honor, por el momento, de levantar la magna obra sobre el Miño. Pensará v. que ahora que tengo dos bocas que alimentar me hará más falta el dinero, sin embargo debe tener en cuenta que no debiendo pagar renta de alojamiento el salario rinde mucho más. En cualquier caso, los fondos de Padre no vendrían nada mal para sacar adelante esta nueva familia en fase de expansión. Lo dejo en sus manos.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 20 de mayo de 1883

Mi adorado hermano,


Me alegrará conocer que v. está bien de salud en la compañía de madre.

Miguel, que es como hemos dado en nombrar a su sobrino de v., va ya camino de los diez meses y se ha convertido en una pequeña fiera inquieta y enredante que no cesa de gatear por toda la casa agitando su preciosa melena dorada. Todos estamos absolutamente encantados con él, aunque debo reconocer que Leonilde, por lamentable desgracia, padece de unas perseverantes jaquecas que no le permiten disfrutar en demasía de la criatura. Ha vuelto a ser consultada por el Dr. Aquilino y, válgame el cielo, que debemos reconocer a ese hombre su exquisita mano. No precisa más que acompañarla en sus terapéuticos paseos para que ella regrese a casa, sofocada del camino es cierto, pero con una expresión en el rostro que a todas luces se ve que ha quedado plenamente aliviada de sus desconsuelos. No sé que habría de ser de nosotros sin éste hombre.

Le comento a v. en la confianza de que no habrá de compartirlo con Madre, que si bien mi matrimonio con Leonilde es de ley y está bendecido por el mismísimo obispo de Tuy y en extensión por el padre nuestro señor que está en los cielos, no he tenido la fortaleza de carácter todavía para apremiarla a consumarlo de la manera en que establecen los cánones, creo que es v. quien de entender lo que quiero transmitirle. Y no es por falta de apetencia en mi caso, sino más bien por no turbar su espíritu con unos apetitos que ella por necesidad habrá de considerar primarios y nada dignos de mi persona. En cualquier caso, y a pesar de dormir en camas, y aún todavía en dormitorios separados, a todos se hace evidente que el amor que nos profesamos es sincero, fidedigno y duradero.


Con respecto a mi trabajo, comunicarle que el levantamiento del viaducto avanza a pasos considerables. En poco menos de unas semanas se ha finalizado ya el estribo de la parte portuguesa, así como las pilas primera y segunda, con lo que en breve plazo hemos de proceder al montaje del primer tramo de hierro. El trabajo es cansado pero honroso. Las manos me han encallecido crudamente, así como el rostro y el cuello que de estar a la intemperie se han curtido groseramente otorgándome un aspecto un tanto ordinario y desaliñado. E intuyo que incluso mi lenguaje, a fuerza de los soeces y burdos comentarios que acostumbran a proferir mis compañeros de obra se está tornado un tanto vulgar y chabacano. Le ruego que me disculpe si esto se hace patente en los escritos que le dirijo ultimamente.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:


Fabián Montero Rodríguez




 


Tuy, 25 de febrero de 1884

Hermano predilecto,

Me llenará de dicha conocer que goza v. de buena salud en la compañía de Madre, en cuya añoranza discurre mi estancia en esta tierra amable pero extraña.

 
Se suceden los días, semanas e incluso meses en el disfrute de la hogareña vida a la que inevitablemente conduce la llegada de todo infante a una familia. La pobre Leonilde, constantemente afligida por sus tenaces cefaleas, no encuentra el modo en que sobrellevar el alboroto que provoca Miguelín con los juegos y chanzas propios de su edad. Recuerde que su sobrino de v. hace ya año y medio que vino a este mundo, y que a estas edades tan tiernas es corriente que en las criaturas subyazga cierta propensión a armar jaranas y escandaleras. De ahí que mi amada esposa lo rehúya, de manera comprensible y justificada –no voy a negarle yo sus razones- entregándose de un modo cada vez más recurrente y consagrado a los cuidados diarios que le presta el Dr. Aquilino. De éste he de decirle que cada jornada que pasa es sentido más como uno de la familia. No voy a sostener yo que lo quiera como a un hermano. Me dará v. la razón en que la fraternal veneración que existe entre ramas de un mismo tronco (Sin ir más lejos la que yo siento por v. y sobre cuya reciprocidad no existe recelo) no ha de encontrar parangón en ningún otro tipo de querencia posible. Pero se debe reconocer, es justo hacerlo, que este hombre se ha ganado por parte de todos nosotros un aprecio que ronda lo consanguíneo. Su devoción por la salud de mi señora esposa Leonilde lo ha llevado al extremo de llegar a velar más de una noche en su cuarto por el simple empeño de certificar que concilia el sueño de la manera adecuada. Leonilde, candorosa criatura, ha tenido la discreción de no informarme de estas visitas, ya que supongo que teme que habré de mostrar yo algún tipo de reticencia de carácter económico a tan nocturnas consultas. Bien sabe Dios, y v. porque se lo pongo de manifiesto en este mismo momento, que los temas relativos a los dineros tengo yo costumbre de delegarlos en ella y no gusto de hurgar en el uso y disfrute que de los mismos haga. Mucho menos si han de ser invertidos en cuestiones médicas, facultativas o terapéuticas.

Por otra parte, le mentiría a v. si le dijera que en las cuestiones laborales van mal las cosas. Hubo un momento hacia el pasado mes de octubre en que el Gobierno Portugués paralizó de manera temporal e injustificada las tareas de construcción del puente, alegando inciertos motivos relacionados con la cimentación de las pilas pero, la verdad sea dicha, ahora que los trabajos marchan al ritmo adecuado, no falta labor sobre la que echar mano aunque ésta sea dura, penosa o excesivamente laboriosa. La Terrestre y Marítima de Barcelona, empresa conocida por todos por haber dejado patente el sello de su buen hacer en excelsas obras como el viaducto recientemente construido en la vecina villa de Redondela, se ha encargado de tender los tramos metálicos que ligan Guillarey con el Miño y ya se ha verificado satisfactoriamente su buen uso, de tal manera que saliendo en estos momentos una locomotora de Vigo hacia Portugal habría de detenerse únicamente a los pies del futuro viaducto. Allí, tras las arduas labores de estos últimos meses, hemos venido en concluir la construcción de la tercera pila y el montaje de tres tramos y medio de los cinco de los que consta. Calculo yo, por lo tanto, que, libres de imponderables contratiempos, habremos de tener rematado el puente hacia el verano de este mismo año.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 16 de septiembre de 1884

Mi amado hermano,

Será para mí un alivio conocer que disfruta v. de salud en compañía de Madre, de cuyos cálidos abrazos no transcurre minuto que no padezca yo nostalgia.

Conmigo habría de compartir regocijo si pudiera contemplar v., como lo hago yo en este preciso momento, la magnífica edificación que ha de suponer la unión de dos naciones tan hermanas como los somos nosotros mismos. Entienda v. que esto no es más que una figura retórica y no pretendo yo, faltaría más, poner en tela de juicio el cariño que v. y yo nos profesamos mutuamente al cotejarlo con las espinosas relaciones que siempre ha mantenido nuestra patria con el pueblo luso. En absoluto. Aclarado este extremo, le informo de que en el día de ayer fueron dadas por concluidas las faenas de construcción del maravilloso puente internacional. No piense v. que esto significa, de ningún modo, que puedan de manera inmediata comenzar a transitar ferrocarriles, carros o personas, puesto que, tal y como establece el sentido común y también los pliegos de condiciones facultativas, ha de abrirse a partir de este mismo momento un período de probatura en el que se someterá la construcción a los exámenes y contrastes necesarios para demostrar que responderá de manera eficaz y segura a las exigencias a las que el transcurso del tiempo habrá de someterlo. Se trata de una imposición meramente administrativa y bastante redundante, como todas las que comparten dicho adjetivo, puesto que a la vista de cualquier lego está que esta magnífica construcción habría de soportar toda aquella carga con la que Dios pudiera tener la voluntad de castigarlo.

Para que pueda hacerse v. una idea de qué le estoy hablando le diré que el puente es un portento que consta de cinco tramos de celosía de desiguales longitudes, ya que ha deseado Mancebo, hombre de cálida condición, que esa disimetría le aporte a éste un carácter más artístico y mucho menos sobrio. De esta manera los dos tramos laterales miden una luz de sesenta y un metros, y los dos centrales, entre los parámetros de los apoyos, distan sesenta y seis. Sobre las avenidas de acceso al tablero inferior, destinado a carretera, se asientan dos magníficos estribos de diez metros cada uno y dos viaductos laterales de quince, construidos éstos en sillería granítica y en los que, por lo que ha querido manifestar el propio Mancebo, huyó de darles un aspecto de fortificación por haber entendido que no debían señalarse fronteras entre pueblos hermanos y porque, además, proyectándose la obra desde el camino de Tuy, bajo los muros de la plaza fuerte de Valença, la comparación entre lo real y lo que imitase habría de darle un carácter falso y pueril. Una opinión que ya compartía yo plenamente al ver el proyecto y de la que he podido aseverar su acierto una vez observado el soberbio resultado.

En cuanto a la vida doméstica, he de manifestarle que los cuatro gozamos de estupenda salud. Tal vez se sorprenda v. de que mi recuento familiar alcance dicha cifra, pero es que ha querido la suerte que ciertos problemas económicos del Dr. Aquilino lo hayan obligado a abandonar su casa, la cual no alcanzaba a sufragar. Y si digo suerte, siendo en verdad una desgracia para él, es porque nos ha brindado a nosotros la ocasión de poder darle el acogimiento que merece en nuestro propio humilde hogar. Fue grande la sorpresa mostrada por Leonilde al ver que, cuando me profería la lamentable desgracia acaecida al Doctor, era yo mismo quien proponía la alternativa de ampararlo. Sepa v. que el desdichado facultativo ha sufrido en sus carnes el secular anquilosamiento que afecta a la administración pública y, pese a disponer de los preceptivos estudios para ejercer su profesión, existe cierta resistencia burocrática, según tal nos explica él, a la emisión del correspondiente título que así lo certifique. Ha sido de esta manera como las autoridades, llevadas por esta ausencia de acreditación, así como por las fariseas denuncias de varias mujeres que han alegado cierto exceso de celo en sus auscultaciones, le han clausurado la consulta condenándolo de tal modo a la indigencia. Por suerte, la providencia ha querido que hayamos podido encontrar una solución al gusto de todos y de esta manera tenga el doctor un techo donde guarecerse y nosotros podamos asimismo gozar de su compañía y de los imprescindibles cuidados que presta a mi amada Leonilde. No creo ser yo hombre pedigüeño ni muy dado al empecinamiento o la reiteración, pero una vez finalizadas las obras del puente y, por tanto, no disponiendo de emolumentos con los que alimentar las cuatro bocas que dependen de mi persona en estos momentos, le rogaría que me hiciese llegar, si no le supone mayor trastorno, el monto que me corresponde según lo establecido en el testamento de Padre.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 8 de febrero de 1885

Hermano amado,

Entiendo, no constando manifestación en contrario por su parte, que se encuentra v. bien de salud en la compañía de madre, cuya memoria tengo presente con cada latido de mi corazón.

Produce gran lástima saber que aquí no pueda ganar el mejor, porque lamentablemente no hay ninguno: Los gobiernos español y portugués han estado demostrando hasta el día de hoy la desesperante falta de eficacia que singulariza a las diplomacias europeas. Se han enzarzado en un despropósito de trámites, diligencias y formalidades que no han hecho otra cosa que retrasar constantemente y sine die la inauguración de la obra que tantos sudores nos ha provocado en su erección. El proceso de pruebas ha estado lleno de dificultades pero finalmente, y gracias a Dios, una vez que se ha alcanzado un consenso, han podido ser realizados los exámenes de seguridad del viaducto. Ha sido así que con locomotoras de dos y tres ejes y durante un total de más de dos horas se ha certificado su seguridad y resistencia estática. Para la fiabilidad dinámica se ha recurrido al paso de máquinas de un peso de más de sesenta toneladas a frenéticas velocidades de hasta treinta y cinco kilómetros por hora. El resultado ha sido, ya se lo podrá imaginar v., completamente satisfactorio. Suponemos que, ahora sí, por fin, podremos ver pronto inaugurada esta octava maravilla del mundo.

Debo indicarle que, al no haber recibido los dineros de padre (entiendo yo que estará v. sufriendo las dilaciones burocráticas tan características de estas transmisiones sucesorias), no me ha quedado más remedio que buscar nuevo empleo que me permita mantener con la frente bien alta a mi adorada familia. No es fácil en una ciudad como Tuy dar el valor que merece a una titulación como la que yo poseo, puesto que apenas existe industria y una mano de obra tan cualificada como la mía, faltando trabajos de edificación, es difícil de colocar. Sin embargo, consciente de que se debe saber hacer virtud de la necesidad, he conseguido convencer al panadero D. Juan Solla para que me permita, por un módico estipendio, realizar una serie de labores absolutamente dignas, si bien un tanto desdeñadas por considerar la gente que son fatigosas y realizadas a horas intempestivas. No crea v., sin embargo, que el horario es desventajoso para mí ya que, de esta manera, puedo yo volver a casa y descansar unos minutos antes de dirigirme a la pescadería de la Señora Rocha donde a cambio de unos leves honorarios limpio escamas y tripas durante un par de horas más. Cuatro horas en la serrería y otras dos sirviendo mesas en la posada de mi suegro me permiten, estará v. de acuerdo conmigo en que de manera bien sencilla, obtener los dineros suficientes para que mi amada Leonilde disponga de recursos bastantes con los que alimentarnos y vestirnos a los cuatro. El pobre Doctor Aquilino, al que mis horarios perturban su ligero sueño, ha tenido la delicadeza de dirigirse a mí y recabar mi visto bueno para mudarse al único lugar en donde, de manera lógica, se encontrará a salvo de mis idas y venidas a horas tan inoportunas, a saber; el dormitorio de Leonilde. No he encontrado yo razón por la que negarle el permiso a dicho propósito, y mucho menos sabiendo que así estaría mi esposa atendida del mejor modo posible.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:




Tuy, 14 de septiembre de 1885


Hermano amado de mi corazón,

Me producirá inenarrable efusión tener conocimiento de que se halla v. bien de salud en la compañía de Madre,

Rotas nuestras ilusiones en cuanto a una pronta inauguración del puente por culpa de este desventurado brote de cólera que ha cerrado las fronteras desde hace ya dos meses, nos encontramos, sin embargo, por lo demás bien de salud. Bien es cierto que yo, por mi parte, advierto que mi organismo comienza a experimentar unas extrañas molestias e indisposiciones cuyo motivo no alcanzo a comprender y que me dificultan grandemente la prestación de servicios en la panadería, la pescadería, la serrería y la posada. Ha de saber v. que aquello tan manido de hacer leña del árbol caído es completamente cierto. Y es que no hace más de un par de días que me encontré al pie de la casa a una fémina que reclamaba sus derechos como consorte y madre de una criatura (cuyo asombroso e inexplicable parecido con nuestro pequeño Miguelín nadie pasó por alto) a un tal Pachuli cuya descripción coincidía de tal manera con la de nuestro querido Doctor Aquilino. No le llegaba al pobre hombre con la desgracia de verse desposeído de sus facultades hipocráticas como para que ahora le surgiera de la nada una fraudulenta esposa reclamando la manutención de su vástago. Por evitar a mi amada Leonilde el disgusto y al querido doctor el mal trago negocié con dicha señora el inmediato pago de doscientas pesetas si dejábamos el asunto zanjado. Supone dicho desembolso una contrariedad a la economía familiar pero no ha de ser dificil contrarrestar sus efectos una vez que vea remuneradas las labores a las que he comprometido mis ratos libres en la vendimia de esta uva tan local y sabrosa que dan en llamar “Alvariño”.

El interminable aplazamiento al que se ha visto sometida la inauguración del puente entiendo yo que no responde a razones del todo justificadas. Ha de saber v. que por el brote de cólera surgido en Valencia a principios del verano y que de ninguna manera ha alcanzado esta región se han cerrado a cal y canto las fronteras con el país vecino. Parece que todo responde a las precauciones derivadas de un brote ocurrido hace cincuenta años que asoló la ciudad de Vigo y llevó sus terribles consecuencias hasta esta villa fronteriza. Confío en que guará v. la debida cautela para evitar a Madre el contacto con la funesta epidemia que, según narran los diarios, también ha alcanzado recientemente la capital de España.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:



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Tuy, 26 de marzo de 1886

Queridísimo hermano,

Me colmará de júbilo saber que v. se encuentra bien de salud en la compañía de Madre y más me colmará el momento en que pueda abrazarlos a ambos en persona que, si Dios no dispone otra cosa, es eventualidad que habrá de darse tarde o temprano.

Ayer, después de tantos años, fue el esperado día en que hubo de llevarse a cabo la inauguración de la obra que de manera tan insólita se ha convertido en parte intrínseca de mi propia existencia. Debe reconocerse que las autoridades en general y el pueblo de Tuy muy en particular han sabido estar a la altura de las circunstancias, planteando un acto cargado de emotividad y simbolismo que, a fuer de serle sincero, ha provocado en mi interior un destello de lucidez y clarividencia que me ha permitido percibir asuntos de enorme importancia de mi propia biografía de un modo en que no los había discernido yo nunca antes.

Aún no había amanecido el día y ya se preveía gris y lluvioso (predicción nada intrépida en esta región, por otra parte) cuando partió de la ciudad a la que aquí gustan tildar de “olívica”, a saber, Vigo, un tren especial formado por un coche-salón, dos primera, tres segunda y tres tercera, arrastrados por la afamada locomotora “Alfonso XII”, Dios guarde a su difunta Majestad en la gloria. Podrá imaginarse v. la tremenda emoción que causó cuando a las siete y media de la mañana, profusamente engalanada con escudos, mirtos y banderas españolas y portuguesas, llegaba a Tuy para acercar a autoridades, prensa, invitados y hasta una compañía al completo del Regimiento de Infantería Murcia. La lluvia arreciaba a orillas del Miño y, a pesar de ello, ambas márgenes se inundaron de gentes que habían acudido de todos los confines en trenes especiales que estuvieron llegando a los dos municipios de manera incesante durante cuatro días. No me tomará v. por hombre propenso a la desmesura si le aseguro, porque así ha sucedido en realidad, que cifran las autoridades hasta veinte mil almas las que ocupaban ambas riberas.

Entonces, bajo la pesada lluvia, y mientras todo el mundo vitoreaba y agitaba sus banderolas, iniciaron su andadura, en hermosa simetría sobre el puente, la locomotora “Alfonso XII” desde la parte española y la “Valença” desde la orilla lusa. Fue un momento, como v. podrá imaginar, tan vibrante y conmovedor que permanecerá indeleble en las memorias de quienes tuvimos la gracia de ser testigos históricos de la soberbia conmemoración. Los hombres arrojaron sus sombreros al aire. Las mujeres agitaron sus pañuelos. Los maquinistas saludaron extasiados. La compañía militar ejecutó con brío el himno nacional. Las bombas y los cohetes detonaron en el cielo. La lluvia perseveró. Leonilde buscó la protección del Dr. Aquilino apretándose contra su pecho. El pequeño Miguel se escondió entre las faldas de su madre. Y yo, mientras tanto, con lágrimas emocionadas, admiré como las dos máquinas avanzaban con ritmo pausado hacia el centro del viaducto, para poco después aminorar la marcha con delicadeza y, en un gesto de formidable sentido alegórico, juntar de manera culminante sus parachoques en lo que a todo el mundo se le antojó un exquisito beso locomotor.

Aunque le parezca a v. cosa difícil de creer, no encuentro yo palabras en el elenco de mi vocabulario para describir la mayúscula impresión que causó en mi interior dicha escena. Y es que entiendo yo que hay ciertas excelsitudes que únicamente están al alcance y percepción de aquellos que poseemos alma de perito. No vaya v. a interpretar en esta expresión un repentino brote de petulancia por mi parte. Nada más lejos de mi intención. Pero debe v. saber que en ese mismo instante, en el preciso momento en que las máquinas de vapor se acariciaron frontalmente con semejante sensualidad y concupiscencia, adquirí yo clara consciencia de un hecho que había pasado inadvertido a mi inteligencia hasta entonces: Soy ingeniero. Dicho así semejará una obviedad al entendimiento de cualquiera. Pero comprenda v. que lo que yo percibí no guarda relación alguna con el hecho de haber procurado la formación necesaria para ejercer esa profesión. No se trata de algo tan nimio e insustancial. Lo que yo aprehendí en aquel referido instante es que realmente yo nací ingeniero. Ingeniero con mayúsculas. Huesos, vísceras y sangre de ingeniero. Soy ingeniero antes que marido. Ingeniero antes que padre. Antes, si me permite v. la licencia, que hermano y me atrevería a asegurar, si no le debiera a Madre el respeto que merece, que lo soy también antes que hijo. Y fue en ese preciso instante también que se reveló ante mí, de manera clara y rotunda, una realidad de la que he escapado durante todos estos años: Leonilde. Nunca he besado a Leonilde. Mis labios nunca han llegado a juntarse con los suyos de la manera ardorosa y sensual en que lo hicieron esas dos locomotoras con su simbólico ósculo. Y no la he besado nunca porque, obviando el hecho de que en toda ocasión que yo lo intentara ella habría de aducir una jaqueca o algún otro inoportuno malestar, en realidad, digo, no ha sucedido por que mi relación con ella no ha sido, verdaderamente, más que un oportuno pretexto, así lo colijo ahora, para poder ser testigo de primera mano de la construcción de este puente en el que he puesto el alma y abandonado la salud.

Así que, en aquel mismo instante, miré hacia ella, mi Leonilde, con la que v. se habrá ya encariñado, y la observé, de pie, delante de mí, mirándome con sus grandes ojos negros, todavía asida al brazo del Dr. Aquilino que distraídamente atusaba su dorada melena. La miré a ella y miré al pequeño Miguel, su sobrino de v., que se alzaba delante de ellos dos, con sus hermosos cabellos amarillos y sus enormes ojos de azabache. Y por un momento y de manera repentina, con esa instantánea imagen impresa en mi mente, y como si se tratara de ese estornudo que no quiere concretarse, tuve la impresión de que una nueva verdad estaba a punto de revelárseme. Pero de la misma manera que vino, como el reticente estornudo que se desvanece, la sensación desapareció y lo único que sentí fue una profunda lástima por ellos. Por saber que habrían de perderme. A mí. A quien tanto amaban y por el que tanta pasión –no será v. quién de llevarme la contraria en esto- habían derrochado durante estos años. 

Debo confesarle a v., cuya fraternal simpatía me ha acompañado en todo momento, que no me ufano yo del hecho de abandonar éste que ha sido mi hogar durante tanto tiempo, pero debe también v. entender que la vida se compone de fases y que uno ha de cumplir con los cometidos que Dios le ha asignado en este mundo; y el que hubo de tocarme en gracia a mí, ahora lo percibo con perfecta lucidez, no es otro que levantar puentes. Le reconoceré además, y guárdese v. mucho de compartir esto con Madre, que he llegado a alcanzar la firme convicción de que la ingeniería de la obra más compleja del universo es infinitamente más inteligible y asequible al entendimiento que la más simple de las mujeres. Por eso, y pese al cariño que siento por Leonilde y Miguel, hijo de mi propia sangre por obra y gracia de Dios Nuestro Señor, partiré en breve fecha, sin ánimo de regreso, rumbo a la ciudad de Vizcaya donde, me han asegurado, no será difícil hallar empleo en las tareas de construcción de la excelsa obra diseñada por el arquitecto D. Alberto de Palacio y Elissague que unirá las dos márgenes de la ría del Nervión.

Por último, le indico que puede encontrar v. adjunto a estas parcas letras que le escribo en el día de hoy, un pequeño recorte de prensa que no viene a ser otra cosa que la crónica publicada por el diario Faro de Vigo sobre el magnífico acontecimiento vivido ayer a orillas del Miño. Sírvanle a v. dichas palabras, queridísimo hermano, después de todo lo que le he narrado, a modo de epitafio (indigno, eso no se ha de negar) a mi intensa relación de estos años con la fiel Señora Leonilde de Montero y también, en definitiva, con la muy noble y muy leal ciudad de Tuy.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez

Pd. En cuanto disponga yo de unas señas precisas en la capital vascuence se las haré saber a fin de que pueda v. dar cumplimiento a su anhelado propósito de enviarme los dineros legados por Padre.

 

 

9 de diciembre de 2013

Unos Malditos Ingratos

 
Al Rod Jean - Dos relatos y otros tantos
 


UNOS MALDITOS INGRATOS

Cuando vi que se encendía la luz de arriba ya imaginé que era el jefe. ¿Quién iba a ser si no? Y puede que suene un poco extraño pero, como me pasa siempre, no pude evitar sentir una ligera punzada. Yo es sentir su presencia y ya me echo a temblar. Le pasará a todo el mundo, digo yo. El jefe es el jefe. Aquí y en todos lados. Y no es que tenga mal genio, ¡qué va! No me parece a mí que sea eso exactamente. Es bueno por naturaleza. Pero, a ver, carácter sí que tiene. Impone un poco. Y es normal. Todo el día con sus cosas, de aquí para allá. Que siempre tiene que estar en todas partes y pendiente de todo. Y después todo el mundo pidiéndole cosas también. Una locura. Y mucha responsabilidad, supongo. El caso es que yo, con la agitación de verlo llegar, no pude evitar que se me cayeran un par de hojas al suelo. Que me pongo un poco tenso, vamos. Me pasa siempre. Siempre que se pasa por aquí, ya me entiendes. Y no es que sean muchas veces, la verdad. De hecho, hacía tanto que no venía que lo encontré distinto. Como cansado. Apagado es la palabra.
-¡Dios, qué mal aspecto tiene! ¿Ha pasado algo?
Se lo pregunté con sincera preocupación. Como quién se lo pregunta a un amigo. Que no es que lo seamos. En absoluto. Uno no se hace amigo del jefe. No es normal. No se está al mismo nivel. Pero hombre, ya después de tanto tiempo… se le coge no voy a decir cariño porque no es eso exactamente. Le llamaría más bien afectuoso respeto. Porque yo le agradezco que me haya colocado aquí. Fijo como estoy. Con las que están cayendo últimamente... pero la gente no es igual de agradecida. Y eso que todo esto se lo debemos a él. Porque el tinglado este es cosa suya. Que así donde lo ves, con todo el trabajo que hay, hay que darle las gracias a él de todo. Que fue un empeño suyo. Y lo levantó él solito. Sin ayuda de nadie. Y de eso ¿quién se acuerda? Unos desagradecidos, es lo que yo digo. Y al principio –cuentan- le había ido muy bien con la gente, no creas, pero poco a poco se le fue yendo todo al garete. Claro que al principio eran cuatro gatos y ahora esto está sobredimensionado. O eso me parece. Cuando llegué yo hace ya muchos años estaba mal, pero no tanto como ahora. Ahora está la cosa que qué te voy a contar. A la gresca todo el día unos con otros.
-Pues mira, que estoy harto de todo. Y de todos. No te lo tomes a mal. No va por ti. Con vosotros da gusto.-  Me respondió con su voz profunda y un poco autoritaria.
-Ya, imagino. Esto se veía venir. Está todo muy revuelto últimamente. La gente está como desquiciada. Todo el día peleándose. Yo no sé adónde vamos a ir a parar.
-Y que lo digas. Estoy hasta las narices… mira, yo ya tengo una edad y no estoy para estas cosas. Al principio aún iba aguantando. Pero, Uf, ahora qué quieres que te diga. Uno adquiere unos compromisos y tiene el prurito de continuar con la empresa que inició. Que da rabia tener que dar el brazo a torcer, ya me entiendes… pero es que con esta gente no se puede.
Me dio muchísima lástima oírle hablar así. La verdad es que no me gusta nada verlo de esta manera. Así tan alicaído –Ya comenté que siento cierto afecto por él-. Sin embargo, debo admitir que tenía motivos de sobra para estar como estaba. Y yo no supe muy bien qué decirle. Por un momento estuve a punto de responderle que me parecía algo consustancial a la naturaleza humana. Pero me visualicé diciéndolo y, no sé, me sentí como un poco ridículo. Así que preferí dejarlo hablar a él.
-Yo ya no sé si es culpa mía.
-No es culpa suya.- Me apresuré a cortarle.
-Imagino que será algo consustancial a la naturaleza humana. Que haya estos conflictos. Que vale, sé que debería estar ya acostumbrado. Pero que conste que no lo entiendo. Deberían darse cuenta de que con esa actitud no se va a ninguna parte. Pero, qué va. Imposible. No hay manera con ellos.
No podía dejar de asentir en todo momento. Porque, sinceramente, tenía toda la razón. Era cierto que todas aquellas estúpidas peleas no tenían ningún sentido. Se había entrado en un círculo vicioso. Aunque en realidad no era algo nuevo. Venía de lejos.
-El problema es que no es sólo eso. Es que además no dan una a derechas. Y a mí me es imposible estar encima de la gente diciéndole cómo hay que hacer las cosas. Que no hagas esto. Hazlo así. Esto está mal. No se les puede dejar solos ni un momento. Qué va, entenderás que a mí me es materialmente imposible. Y estas cosas en cuanto las delegas en una persona estás perdido.
-¿Pero con este hombre nuevo no ha mejorado nada? Parece mejor que el otro que se jubiló.- Me atreví a preguntar.
-Si hombre, éste está hecho de otra pasta. Y pone más empeño. ¿Sabes lo que creo? Yo creo que es un problema de concepto. De comunicación. Que no fluye en realidad. Y con un  argentino… ya te puedes imaginar. Tú tratas de explicarles las cosas y te parece que las entienden. Pero, cuando te das cuenta, lo que han transmitido al personal no tiene nada que ver. En fin, supongo que no les queda más remedio para atemorizar a la gente, hacerse respetar y tenerlos controlados. Pero, vamos, que ya no sé si todos ellos no estarían más guapos callados.
Volví a asentir. Estaba claro que sabía perfectamente de lo que hablaba. Y también que hoy venía con ganas de hacerlo. De hablar, ya me entiendes.
-Pero, joder –y perdona el lenguaje-, es que hacen quedar a uno como un verdadero idiota. Que después la gente acaba pensando que en realidad son manías mías pero ¿Qué me importarán a mí esas estupideces que se sacan de la manga? Si es que son idiotas. Como el lío que se montó con lo de las gomas, por ejemplo. Bueno, eso no tiene nada que ver contigo. Pero, vamos, que son tonterías que me traen absolutamente sin cuidado. En esto sí, creo que el nuevo es un poco más espabilado pero, qué va, en general ya te digo: un problema de concepto.
-Entiendo lo que quiere decir.
-Te voy a confesar una cosa. Que te preguntarás por qué te lo cuento a ti. Y no te creas, también yo me lo pregunto. Supongo que hay confianza. En fin, la cuestión es que he decidido mandar todo a la mierda y desmontar el tenderete. Que ya son muchos años con esto. Me daría mucha pena ver como todo este esfuerzo me lo echan por tierra estos ingratos. Así que no voy a quedarme de brazos cruzados. Empezar de cero no es una opción. Me retiro. Han conseguido que por fin tenga ganas de jubilarme. Y si piensan que esto va a seguir funcionando están muy equivocados. Yo lo monté y yo lo desmonto. Estaría bueno.
Dentro de mi cabeza las palabras que estaba oyendo tardaron unos instantes en cobrar toda su verdadera dimensión y cuando lo hicieron se apareció un abismo ante mí. Y, es cierto, debería haber pensado en todo el mundo porque aquello no sólo me afectaba a mí. Nos afectaba a todos. Pero en estos casos, supongo, no se puede evitar ser un poco egoísta. Se piensa sólo en uno mismo. No me anduve por las ramas:
-Vamos, no me joda. No puede usted hacer eso. ¿Qué va a ser de mí?
-Bien que lo siento por ti  y por muchos otros que no tenéis  la culpa de nada pero, mira, yo estoy cansado. Muy cansado ya de todo. Completamente harto.
Me quedé helado al darme cuenta de que estaba hablando en serio. Quedé bloqueado. Completamente estupefacto. Y noté que de su boca brotaba su ronca voz pero yo no llegué a procesar el mensaje. Sólo cuando sentí que arriba se apagaba la luz comprendí que se había despedido de mi. Intenté odiarlo con todas mis fuerzas pero no fui capaz. No me salía. Le debía demasiado. Sentía un afectuoso respeto por él. Y seguiría sintiéndolo a pesar de todo. Me invadió sin embargo un sentimiento de odio visceral. Pero no hacia él. Hacia aquellos malditos ingratos que con su estupidez habían mandado todo a la mierda. Me quedé allí solo. En mi sitio. El de siempre. Estático. Con la mente perdida en lo que se me venía encima. Y aunque – me di cuenta entonces-  se me habían caído todas las hojas al suelo, la verdad es que supe que ya no importaba lo más mínimo.

ES PROBABLE QUE NO TE HAYA GUSTADO DEMASIADO ESTE RELATO. EN ESTE ENLACE TIENES ACCESO A OTRO COMPLETAMENTE DISTINTO. CON MUCHOS MUERTOS ADEMÁS.

2 de diciembre de 2013

La Paloma Supermana



 

Jana Older. -El hombre lobo de Pino Montano y otros Superheroes de barrio

 

LA PALOMA SUPERMANA
Una chocante introducción
El hombre del tiempo sin duda había acertado cuando pronosticó que aquella mañana de finales de noviembre correría una brisa desagradablemente gélida en la ciudad de Vigo. Sin embargo, no fue ningún fenómeno meteorológico lo que acabó por helar la sangre al Teniente de Policía Demetrio Sisgardo. Tampoco lo fue el hecho de presenciar la escena en la que Dña. Paloma Arrigorrieta –Cajera de supermercado en paro, cuarenta y cinco años de edad, ochenta y siete kilos y medio de peso- contra quién pesaba una orden judicial de desahucio, perdía los nervios en el portal de su casa y después de un tenso forcejeo con la agente de Policía Covadonga Gálvez, se abalanzaba sobre ella mordiéndole un moflete y acto seguido la derribaba de un golpe seco como si se tratase de un vulgar saco de arena. El teniente no llegó a impresionarse demasiado ni siquiera cuando, después de levantarse del suelo ambas mujeres, le pareció distinguir que aquella histérica señora sostenía en sus manos un objeto que, desde donde él estaba, parecía sospechosamente una Heckler & Koch USP reglamentaria. El fenómeno que de manera concreta y definitiva acabó, esta vez sí, dejándolo patidifuso fue contemplar como la bala que inesperadamente escupió aquel revólver, después de rebotar en el marco del portal, se llevaba por delante el lóbulo de la oreja izquierda de la agente de Policía y cruzaba sibilante la calle pasando a un palmo de sus narices. El ensangrentado proyectil, que estalló los parabrisas de todos los automóviles que se interpusieron en su camino, acabó por incrustarse estrepitosamente en la enorme luna blindada de la sucursal del Banco Santander ubicado frente al número 163 de la calle Sanjurjo Badía.
Un rápido esbozo de los personajes
El tenso silencio que se produjo inmediatamente después de aquel episodio abrió un paréntesis de unos pocos segundos durante el cual las cabezas de cada uno de los presentes repasaron a su manera el acontecimiento intentando encontrarle algún sentido:
  • Paloma Arrigorrieta se miró las manos con ojos desorbitados mientras asimilaba torpemente que el ruido que acaba de reventarle los tímpanos y el humo que salía de aquel negro artefacto que colgaba de su dedo índice eran resultado de la misma acción. No recordaba exactamente como había llegado a su poder aquella pistola, ni por qué se había disparado, pero algo le decía que la refriega que había mantenido con la malencarada agente de policía podía tener algún tipo de relación. Aprovechando la confusión del momento arrojó el arma al suelo, se introdujo en el portal, cerró la puerta y corrió escaleras arriba a encerrarse en el piso que el Banco le reclamaba.
  •  
  • Amalia Becker, al frente del pequeño grupo de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, intentaba recordar una a una las palabras exactas del mensaje claro, rotundo e inequívoco que creía haber transmitido a la afectada por si se había equivocado en algo: “Nuestra estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Repitió mentalmente aquellas dos palabras clave una y otra vez como si con ello fuera a conseguir borrar de su mente lo sucedido. No le cabía duda de que ella lo había explicado bien. Mientras pensaba esto hizo un rápido recuento en el que comprobó con alivio que el disparo no se había cobrado ninguna víctima entre la nutrida peña de manifestantes que había conseguido convocar delante del edificio para evitar el desahucio.
  •  
  • Ismael Serrano, Secretario Judicial encargado de ejecutar la orden, se levantó del suelo todavía aturdido y se sacudió con las manos el polvo del traje oscuro que con cariño le había elegido su mujer aquella mañana. Después, mientras recogía y ordenaba los papeles que en el tumulto habían volado esparciéndose desordenadamente por el suelo, se planteó mentalmente tres cuestiones para las que no encontró respuesta adecuada:
  1. ¿Por qué demonios se le había ocurrido entrometerse en aquel rifirrafe entre la imprudente agente de policía y la vecina esquizofrénica?
  2. ¿Por qué demonios no se había presentado todavía el maldito procurador de la entidad bancaria si tanto interés tenía en recuperar el piso?
  3. ¿Por qué demonios le había hecho caso a su padre y había sacrificado cinco años de su vida preparando aquellas oposiciones a la Administración de Justicia?
  • La agente Covadonga, con la rodilla en el suelo y un intenso calor en la mejilla, intentaba atajar con la mano la hemorragia de su oreja izquierda. Se levantó y comprobó con amargura que la vergüenza de haber visto como le arrebataban su arma reglamentaria y el dolor físico que sufría por la pérdida del pequeño trozo de apéndice auditivo no eran lo peor de la situación. Todo aquello no era más que una tontería sin importancia si se comparaba con el desconsuelo de saber que con el trozo de cartílago mutilado había volado también uno de los valiosos pendientes de oro y brillantes que le había regalado su marido la mismísima víspera. La mitad de su valioso regalo de aniversario se había ido a freír espárragos de un balazo a las primeras de cambio. Miró hacia su agresora con odio y vio como ésta arrojaba su Heckler & Koch USP al suelo antes de escabullirse cobardemente escaleras arriba para encerrarse en su piso.
  •  
  • Por su parte, El teniente Demetrio Sisgardo, ya con el rostro desencajado y bizqueando de manera ostensible, miró hacia todos los lados para hacerse una idea de cuál era la dimensión del asunto que tenía entre manos. No le gustó nada lo que percibió. Consciente de que sobre sus hombros iba a descansar a partir de aquel momento la responsabilidad de que nadie leyese la palaba “Muertos” en las portadas de los periódicos del día siguiente, emitió un profundo respingo, se llevó las manos a la pistolera y gritó: “¡TODO EL MUNDO AL SUELO!”.

Una absurda trama paralela

¡TODO EL MUNDO AL SUELO! ¡ESTO ES UN ATRACO! Había vociferado también Héctor Marlengo, “El Pili para los amigos, apuntando nervioso con su pistola hacia el techo de la sucursal sólo dos minutos antes de verse sobresaltado por una sorda detonación en la calle y el inmediato estruendo de una bala incrustándose en la luna de la oficina. Los pocos empleados y clientes del Banco de Santander que hasta ese momento habían conseguido mantener cierta calma la perdieron de manera súbita. Como también la perdió Avelino Rickenback, procurador de Banca que sólo había entrado a saludar al director de la sucursal aprovechando que pocos minutos después tendría que participar en la ejecución de un desahucio justo en el edificio de enfrente. Sin comerlo ni beberlo se había visto con una pistola en la sien pero, conociendo bien el barrio de Teis, había supuesto que no se trataría más que de un simple ratero con un arma de juguete. El atraco seguiría el curso reglamentario: aquel perroflauta se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día. Sin embargo, El estrépito que produjo el impacto de bala sobre el ventanal modificó por completo el escenario que había construido mentalmente. El arma era de verdad y el atracador tenía compinches en el exterior. Pero, ¿Por qué habían  disparado los de afuera? ¿Es que se habían vuelto locos? ¿O es que alguien había intentado huir y se lo habían cargado de un tiro? Tenía que haber sido eso. Después recordó el asunto que lo había llevado allí y se dio cuenta de que como era habitual el Secretario Judicial acudiría acompañado de una pareja de policías. O sea que pronto llegarían las fuerzas del orden. Si es que no lo habían hecho ya. Se aferró con fuerza a este último pensamiento para olvidar el frío metal que sentía en su sien y consiguió relajarse un poco.

Quién no se había relajado en absoluto era El Pili que, además de ser consciente de que estaba absolutamente solo en aquello, acababa de echar un ojo hacia el exterior entre las cortinillas y había distinguido a la perfección los uniformes de la Policía. Se arrojó bruscamente al suelo de un salto arrastrando con él al procurador. ¿Cómo era posible que se hubiesen enterado tan rápido los maderos? No habían pasado ni dos minutos. ¿Y, además, por qué coño  habían disparado? ¿Es que se habían vuelto locos? No tenía mucha experiencia en este tipo situaciones pero le pareció que la actuación policial estaba saliéndose un poco de madre. ¡Qué nadie  mueva un pelo! ¿Entendido? ¡O aprieto el gatillo! Gritó mientras se arrastraba como podía hacia detrás de una mesa. Pero el grito era innecesario puesto que todo el mundo había presentido ya que el tema de los gatillos iba a estar un poco distendido aquella mañana. Por la cuenta que les traía, desde luego, allí no iba a mover un pelo absolutamente nadie. El Pili, desde el suelo, intentó atar cabos. Llevaba más o menos media hora dentro de la oficina. Había fingido que aguardaba su turno sentado en una butaca mientras leía una revista a la espera de que la oficina se despejara de gente. Durante ese tiempo había meditado mucho sobre como iba a actuar y le había servido para darse cuenta de que no había traído una miserable bolsa donde cargar el botín. Por lo demás, todo había parecido ir bien. Entonces había entrado aquel idiota con el sobre acolchado y sospechó que podría haber mucha pasta en juego. Fue entonces cuando puso en marcha el procedimiento reglamentario: además de aquel sobre, se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día. Entonces, ¿Qué es lo que había salido mal? Acaso algún cajero había sospechado algo y había  avisado a la policía. O lo había hecho alguno de los clientes que habían dejado la oficina antes de dar el golpe.  Pero cómo podían haber conocido sus intenciones. Era la tercera vez aquel mes que atracaba la misma oficina pero con aquel enorme bigote era impensable que alguien hubiera podido reconocerlo. Y además era imposible que nadie hubiese visto la pistola que iba perfectamente oculta en el interior de su chaqueta. No tenía ningún sentido nada de lo que había ocurrido. Pero si había un hecho que no admitía discusión era que la Policía estaba fuera, que estaba armada y que no tendrían reparos en volver a disparar a dar si les ofrecía la más mínima oportunidad. Así que echando mano a su bolsillo y haciendo cuentas con el tacto sacó seis balas que introdujo con torpeza en la recámara de su revólver. Nunca había pensado que llegaría el día en que tendría que usarlas pero después del frío análisis de la situación que acababa de hacer tuvo que admitir que en esta ocasión era absolutamente necesario estar preparado para cualquier tipo de contingencia. Por fin había llegado la hora de hacer honor a su mote.

Un par de acciones al borde del desenlace

Desde detrás del visillo de la ventana de la cocina Paloma Arrigorrieta pudo comprobar con estupor el significado exacto de la frase “la he liado parda”. “Nuestra estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Tenía narices. Había tenido la intención de que fuera así, pero en el momento en que aquella hosca agente de policía le había ordenado que entregase las llaves del piso, había perdido completamente los nervios. En fin, a lo hecho pecho. La cuestión era: ¿Ahora qué? ¿Cómo podría salir de aquella? No tenía mucho tiempo para pensar, pero estaba claro que algo debía hacer. La situación era límite: Había arrebatado el arma a una agente de la ley y había disparado contra ella. Aunque lo merecía, no creía que la hubiera matado pero, aún así, era bastante evidente que el desahucio había pasado a ser un problema de segundo orden. Además –concluyó con bastante acierto- en cualquier caso ahora tenía la garantía de que podría dormir bajo techo durante los próximos cuatro años y un día como mínimo. Así que dando un par de vueltas a todas las posibilidades que se le ofrecían recordó aquellos otros dramáticos casos. Casos de gente desesperada que se había arrojado desde sus pisos en un acto de autoinmolación y protesta contra la injusta política económica, judicial y bancaria de este puñetero país. Lo vio claro. No entraba en sus planes quitarse la vida. No era ese su estilo. Sin embargo, quizás si se subía al balcón y fingía que pretendía arrojarse a la vía pública sería más fácil demostrar el enajenamiento mental que debería alegar en su defensa en un futuro no muy lejano. Tendría que parecer una mujer completamente perturbada, y de esa manera, si lo hacía bien, si creían que realmente tenía la intención de saltar, sería mucho más fácil que cualquier juez considerase su trastornado estado emocional de aquella mañana como un atenuante. Era cierto, pensó, que viviendo en un primer piso no se podía estar absolutamente seguro que la caída fuese mortal de necesidad pero como la situación no llegaría a producirse tampoco le dio muchas más vueltas. Abrió la puerta del balcón, se asió fuertemente con una mano a la canaleta y, con ayuda de una banqueta, se puso de pie sobre la barandilla del balcón. Abajo el teniente Demetrio Sisgardo mantenía con su pistola en lo alto a todo el mundo tirado en el suelo.

El Pili, dentro de la sucursal y sin dejar de encañonar en ningún momento a Avelino Rickenback, llegó a la conclusión de que debería ser él quien tomase la iniciativa. No podía dar tiempo a la policía para planificar una acción de rescate en la que el último y único perjudicado sería él. Tenía que jugársela a todo o nada. No iba a haber medias tintas aquella mañana: o conseguía escapar (posibilidad que se le antojaba bastante difícil) o pronto le tomarían medidas para un traje de madera. Así que decidió seguir adelante con el atraco. Y ya de morir que fuese por una buena causa. O por un buen pellizco. Echó cuentas del número de personas que había dentro: Dos cajeros, el director, siete clientes y el hombre del sobre al que seguía encañonando. El sobre. Lo había olvidado. Miró a los ojos a Avelino y después al enorme sobre marrón con el logotipo del Banco de Santander y éste entendió. -“No hay nada de valor, sólo son papeles”. Como El Pili arqueaba una ceja se lo entregó. Con unos movimientos de pistola ordenó a Avelino que se tirase al suelo como los demás, y se dirigió a las cajas sin abrirlo todavía. Allí se llevó la primera sorpresa agradable de la mañana: cuatro enormes fajos de billetes de quinientos euros descansaban sobre el mostrador de la segunda caja. Casi le da un infarto. Con aquel dinero no necesitaba nada más. ¿Cuánto sumarían aquellos billetes? Calculó por encima. Cinco por cinco veinticinco y le añadimos tres ceros… joder, unos veinticinco mil pavos por fajo. Cuatro por cinco: veinte, nos llevamos dos; Cuatro por dos: ocho, más las dos que nos llevábamos: diez. Casi se desmaya: ¡Eran cien mil euros! Echó una mirada escudriñadora entre los clientes pero le fue imposible reconocer a ningún político del PP. Miró lo que llevaba en las manos ¿Qué coño habría en el sobre acolchado? Sobre el mismo mostrador lo abrió y comprobó que el procurador no le había engañado. No había más sorpresas agradables. Tan solo eran papeles. Los tiró a la papelera e introdujo de manera ordenada los cuatro fajos de billetes. Volvió a cerrar el sobre. Estaba preparado para dar el paso. Ordenó a todo el mundo que se levantase y se dirigiese a la puerta de salida del banco. Allí explicó lo que debían hacer si no querían recibir un balazo. En cuanto él lo ordenase todo el mundo saldría corriendo en distintas direcciones. De esa manera, en medio de la confusión, él podría tener una opción de escapar.

La agente Covadonga había conseguido finalmente frenar la hemorragia gracias a un aparatoso apósito y unas cuantas nubes de algodón que le hicieron llegar desde la farmacia de la esquina. Su cabeza seguía dando vueltas al asunto del pendiente. Con la borrachera de la noche había dormido con ellos y aquella mañana había olvidado por completo que los llevaba puestos. No había tenido ocasión de comprobar por el extracto bancario la cantidad de dinero invertida por su marido en aquellas joyas. Pero por la cara que había puesto cuando recibió la fea corbata de lunares verdes que le había comprado ella supuso que era una cantidad bastante elevada. ¿Seguiría entero el pendiente? Volvió al lugar donde se había producido el impacto y comprobó como en el suelo permanecían los pequeños charcos de sangre que había manado de su herida. Su arma también seguía descansando en el suelo en el mismo sitio que la había tirado aquella salvaje. La cogió y la devolvió a su cartuchera.  Pero allí no había ni rastro de su zarcillo. Siguió atentamente la trayectoria que había efectuado el proyectil desde donde ella estaba hasta impactar sobre el cristal del banco. Escudriñó cuidadosamente el radio de acción en el que consideró que podría haber caído pero no vio ni la más mínima señal. De repente cuando ya estaba al lado del ventanal de la sucursal lo vio a él: Era negro y caminaba con orgullo. Sin embargo había algo que resultaba un tanto extraño en aquel pichón. De su pico, ensangrentado, sobresalía un pequeño trozo de oreja humana con un precioso pendiente de oro y brillantes.

Por fin, un caótico desenlace

La cronológica sucesión de los dramáticos eventos acaecidos durante cuatro segundos de aquella mañana frente al número 163 de la viguesa calle Sanjurjo Badía podría desgranarse de la siguiente manera:

10:42:33 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y tres segundos

– Paloma Arrigorrieta desde el balcón de su casa comienza a anunciar a voz en grito que si no se retiran la policía y el agente judicial y se anula de manera inmediata la orden de desahucio de su piso se arrojará al vacío.

El Pili da un grito con el que ordena a todos los rehenes que salgan corriendo inmediatamente por la puerta del banco si no quieren recibir un balazo por la espalda.

– La agente Covadonga, agachada, hace sigilosos ademanes de atrapar con sus manos a la paloma justo en el momento en que ésta, asustada por las voces, despliega sus alas y comienza a elevase en el aire.

– La frecuencia acústica del alarido que llega desde el balcón atraviesa la cavidad timpánica del oído derecho del  teniente Demetrio Sisgardo en el mismo momento en que las ondas sonoras del grito de El Pili activan el martillo de su oído izquierdo. Este golpea al yunque y este, inmediatamente, al estribo. El teniente continúa de pie y con su arma apuntando al cielo.

– Ismael Serrano, el Secretario Judicial, tumbado en el suelo y desconcertado por los gritos intenta buscar una explicación en la cara del Teniente. Descubrir que este tiene una cada vez una bizquera más ostensible le produce un enorme desasosiego. Se desmaya.

10:42:34 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cuatro segundos

– La agente Covadonga en un acto reflejo, previendo que si no hace algo perderá para siempre su pendiente, extrae su revólver de la cartuchera y cerrando el ojo derecho apunta durante unas décimas de segundo hacia la trayectoria del vuelo de la paloma, que en un concreto punto intermedio viene a coincidir de manera absolutamente exacta con el balcón del primer piso.

– Paloma Arrigorrieta, subida a la barandilla, interrumpe sus berridos y empieza a no entender nada cuando ve que de la puerta del Banco de Santander salen una docena de personas gritando como poseídas y corriendo cada una de ellas en distintas direcciones.

– Amalia Becker, que con el resto de manifestantes de la PAH permanece todavía en el suelo, observa como la demente policía de la oreja mutilada está apuntando con su arma hacia el balcón donde está su protegida mientras puede leer en sus labios la inequívoca frase: “¡Paloma, hija de la gran puta!”.

El Pili, cegado por el sol, con el sobre con el dinero debajo de una axila y el revólver en una mano, tropieza con uno de sus asustados rehenes que huye despavorido  y se dirige corriendo de manera aturdida hacia el punto donde se encuentran los manifestantes de la PAH.

10:42:35 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cinco segundos

– Amalia Becker intenta evitar la tragedia abalanzándose sobre la agente Covadonga.

– La agente Covadonga se tambalea y  aprieta el gatillo mientras cae al suelo.

– La Paloma dispara un líquido proyectil con mejor puntería que nadie y escapa volando tranquilamente hacia lo alto de los edificios.

– La bala disparada por la agente rebota en una de las paredes del edificio y se incrusta en la barandilla del balcón justo bajo los pies de Paloma Arrigorrieta.

El Pili se sobresalta con el disparo y aprieta sin querer el gatillo de su revólver.

– Su bala se incrusta en la luna del Banco de Santander no sin antes haber volado el lóbulo de la oreja derecha de la agente Covadonga.

– Avelino Rickenback escucha los disparos, y cree que son los imaginarios compinches de El Pili. Se desmaya.

– Ismael Serrano, todavía inerte, comienza un agradable sueño en el que se ve vestido con mallas blancas y baila de puntillas música de Strauss sobre un escenario de Paris.

–Paloma Arrigorrieta pierde el equilibrio e inicia una caída al vacío durante la cual, por décimas de segundo, le parece entrever que justo debajo de ella se encuentra alguien que –si  no fuera por el enorme bigote negro- juraría que es el famoso atracador de supermercados Héctor Marlego más conocido como “El Piligroso”. Cierra los ojos.

– El teniente Sisgardo continúa inmóvil con su arma apuntando al cielo. No es fácil decir hacia donde está mirando exactamente. Puede que aquí. Puede que allá.

10:42:36 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y seis segundos

El Pili puede comprobar sobre sus hombros los efectos que produce la ley de la gravedad cuando lo  que cae es un cuerpo de ochenta y siete kilos y medio de peso del sexo femenino. Momentáneamente pierde el sentido.

–Paloma Arrigorrieta abre los ojos y respira aliviada al comprobar que ha caído sobre blando y no se ha producido daño alguno. En el suelo, a su lado, puede distinguir perfectamente su nombre escrito encima de un sobre acolchado del que sobresalen unos papelitos morados. Como es lógico, entiende que si pone su nombre es que es suyo.

– El Teniente Sisgardo con un ojo mirando para Logroño y otro para Lisboa decide poner fin a aquella locura. Acciona el dedo sobre el gatillo y dispara al aire mientras grita por segunda vez aquella mañana: ¡TODO EL MUNDO AL SUELO!

Un breve colofón

Hagan algo por El Pili, que está mucho peor- Contestó Paloma al enfermero que pretendía atenderla. Miró hacia donde hacía breves instantes yacía el desgraciado ratero, pero allí ya no había absolutamente nadie. Doblando la esquina que daba al callejón le pareció ver como desaparecía su sombra. Pero las cosas estaban bien como estaban. Así que, acariciando el sobre que guardaba en el bolsillo, decidió que no tenía mucho sentido decírselo a nadie.

El  procurador Avelino Rickenback, recuperado de su desmayo, se acercó a ella y le explicó que se había extraviado el sobre en donde portaba la providencia por la que el piso pasaba a manos del banco. En cualquier caso, tendría una semana para liquidar la hipoteca con la entidad bancaria o volverían a verse las caras. Le respondió con una sonrisa. No debía preocuparse. El próximo martes se las verían. Tenía pensado ir a arreglar cuentas.

El Teniente Sisgardo fumaba un pitillo sentado sobre el capó de su coche. Tenía los ojos en su sitio. Había sido una dura mañana. Pensó en la pobre agente Covadonga a la que habían tenido que llevar en ambulancia con un ataque de nervios. Y después en el pobre Secretario Judicial que parecía haber perdido el sentido y no paraba de dar saltitos de ballet. La verdad es que las cosas se habían torcido increíblemente y pasarían un par de días hasta que los hechos se aclarasen del todo. Pero él podía estar orgulloso. Se había propuesto algo cuando todo había comenzado. Y lo había conseguido: cero víctimas mortales.

Un epílogo con cierta base científica

Es un principio fuera de toda discusión que la resistencia del aire viene a ser proporcional a la velocidad a la que se mueva el cuerpo que se enfrente a ella. Es decir, cuanto mayor sea la velocidad a la que cae un objeto, más resistencia del aire se encontrará. De esta manera, puestas en juego la fuerza de la gravedad y la fuerza de la resistencia del aire sobre un objeto arrojado en caída libre, llegará un momento en que ambas se igualen y se alcance lo que científicamente se denomina “velocidad límite”; una velocidad constante de caída que para todo cuerpo dependerá, como es lógico, de su masa, su densidad y también, no cabe duda, de su coeficiente aerodinámico. Pongamos el caso de una bala de pocos gramos disparada de manera perfectamente vertical hacia el cielo: Una vez alcanzada su trayectoria ascendente máxima, comenzará a caer llegando a alcanzar una velocidad límite de unos ciento sesenta kilómetros por hora, no mucho más. Si un humano, por desgraciada casualidad, recibiese el impacto de dicha bala no sufriría daños de más entidad que un buen chichón, con brecha y conmoción incluidas, pero difícilmente llegaría a resultarle mortal puesto que en ningún caso le atravesaría los huesos del cráneo. No existe físico ni matemático, por poco experto en balística que sea, que permanezca ajeno a la contrastada realidad de esta teoría que se acaba de explicar.

Quien sí era completamente ajena a estas científicas reflexiones era la hermosa paloma negra que media hora después del incidente sobrevolaba los tejados del barrio de Teis portando un lóbulo de oreja humana en el pico. En aquel mismo instante un pequeño proyectil de plomo que caía a la exacta y constante velocidad límite de ciento sesenta y tres kilómetros por hora impactó súbitamente en su cabeza y la derribó haciéndola aterrizar bruscamente sobre el adoquinado pavimento de un apartado callejón. La desgraciada ave, mortalmente herida pero todavía consciente, dispuso antes de exhalar su último suspiro de unos breves instantes de lucidez durante los cuales pudo observar con claridad el rostro de Héctor Marlengo, más conocido como El Pili, que con mirada codiciosa y cuerpo dolorido calculaba a ojo de buen cubero que por aquel precioso pendiente de oro y brillantes que le había llovido del cielo se podrían sacar, si se contaba con los contactos adecuados, no menos de dos mil pavos.