Jana Older. -El hombre lobo de Pino Montano y
otros Superheroes de barrio
LA PALOMA SUPERMANA
Una chocante introducción
El hombre del tiempo sin duda había acertado cuando pronosticó que aquella
mañana de finales de noviembre correría una brisa desagradablemente gélida en
la ciudad de Vigo. Sin embargo, no fue ningún fenómeno meteorológico lo que acabó
por helar la sangre al Teniente de Policía Demetrio Sisgardo. Tampoco lo fue el
hecho de presenciar la escena en la que Dña. Paloma Arrigorrieta –Cajera de
supermercado en paro, cuarenta y cinco años de edad, ochenta y siete kilos y
medio de peso- contra quién pesaba una orden judicial de desahucio, perdía los
nervios en el portal de su casa y después de un tenso forcejeo con la agente de
Policía Covadonga Gálvez, se abalanzaba sobre ella mordiéndole un moflete y acto
seguido la derribaba de un golpe seco como si se tratase de un vulgar saco de
arena. El teniente no llegó a impresionarse demasiado ni siquiera cuando, después
de levantarse del suelo ambas mujeres, le pareció distinguir que aquella
histérica señora sostenía en sus manos un objeto que, desde donde él estaba, parecía
sospechosamente una Heckler & Koch USP reglamentaria. El fenómeno que de manera concreta y definitiva acabó, esta
vez sí, dejándolo patidifuso fue contemplar como la bala que inesperadamente
escupió aquel revólver, después de rebotar en el marco del portal, se llevaba
por delante el lóbulo de la oreja izquierda de la agente de Policía y cruzaba
sibilante la calle pasando a un palmo de sus narices. El ensangrentado
proyectil, que estalló los parabrisas de todos los automóviles que se
interpusieron en su camino, acabó por incrustarse estrepitosamente en la enorme
luna blindada de la sucursal del Banco Santander ubicado frente al número 163
de la calle Sanjurjo Badía.
Un rápido esbozo de los personajes
El tenso silencio que se produjo inmediatamente después de aquel episodio
abrió un paréntesis de unos pocos segundos durante el cual las cabezas de cada
uno de los presentes repasaron a su manera el acontecimiento intentando
encontrarle algún sentido:
- Paloma Arrigorrieta se miró las manos con ojos desorbitados mientras asimilaba torpemente que el ruido que acaba de reventarle los tímpanos y el humo que salía de aquel negro artefacto que colgaba de su dedo índice eran resultado de la misma acción. No recordaba exactamente como había llegado a su poder aquella pistola, ni por qué se había disparado, pero algo le decía que la refriega que había mantenido con la malencarada agente de policía podía tener algún tipo de relación. Aprovechando la confusión del momento arrojó el arma al suelo, se introdujo en el portal, cerró la puerta y corrió escaleras arriba a encerrarse en el piso que el Banco le reclamaba.
- Amalia Becker, al frente del pequeño grupo de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, intentaba recordar una a una las palabras exactas del mensaje claro, rotundo e inequívoco que creía haber transmitido a la afectada por si se había equivocado en algo: “Nuestra estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Repitió mentalmente aquellas dos palabras clave una y otra vez como si con ello fuera a conseguir borrar de su mente lo sucedido. No le cabía duda de que ella lo había explicado bien. Mientras pensaba esto hizo un rápido recuento en el que comprobó con alivio que el disparo no se había cobrado ninguna víctima entre la nutrida peña de manifestantes que había conseguido convocar delante del edificio para evitar el desahucio.
- Ismael Serrano, Secretario Judicial encargado de ejecutar la orden, se levantó del suelo todavía aturdido y se sacudió con las manos el polvo del traje oscuro que con cariño le había elegido su mujer aquella mañana. Después, mientras recogía y ordenaba los papeles que en el tumulto habían volado esparciéndose desordenadamente por el suelo, se planteó mentalmente tres cuestiones para las que no encontró respuesta adecuada:
- ¿Por qué demonios se le había ocurrido entrometerse en aquel rifirrafe entre la imprudente agente de policía y la vecina esquizofrénica?
- ¿Por qué demonios no se había presentado todavía el maldito procurador de la entidad bancaria si tanto interés tenía en recuperar el piso?
- ¿Por qué demonios le había hecho caso a su padre y había sacrificado cinco años de su vida preparando aquellas oposiciones a la Administración de Justicia?
- La agente Covadonga, con la rodilla en el suelo y un intenso calor en la mejilla, intentaba atajar con la mano la hemorragia de su oreja izquierda. Se levantó y comprobó con amargura que la vergüenza de haber visto como le arrebataban su arma reglamentaria y el dolor físico que sufría por la pérdida del pequeño trozo de apéndice auditivo no eran lo peor de la situación. Todo aquello no era más que una tontería sin importancia si se comparaba con el desconsuelo de saber que con el trozo de cartílago mutilado había volado también uno de los valiosos pendientes de oro y brillantes que le había regalado su marido la mismísima víspera. La mitad de su valioso regalo de aniversario se había ido a freír espárragos de un balazo a las primeras de cambio. Miró hacia su agresora con odio y vio como ésta arrojaba su Heckler & Koch USP al suelo antes de escabullirse cobardemente escaleras arriba para encerrarse en su piso.
- Por su parte, El teniente Demetrio Sisgardo, ya con el rostro desencajado y bizqueando de manera ostensible, miró hacia todos los lados para hacerse una idea de cuál era la dimensión del asunto que tenía entre manos. No le gustó nada lo que percibió. Consciente de que sobre sus hombros iba a descansar a partir de aquel momento la responsabilidad de que nadie leyese la palaba “Muertos” en las portadas de los periódicos del día siguiente, emitió un profundo respingo, se llevó las manos a la pistolera y gritó: “¡TODO EL MUNDO AL SUELO!”.
Una absurda trama paralela
¡TODO EL MUNDO AL SUELO! ¡ESTO ES UN
ATRACO! Había vociferado también Héctor
Marlengo, “El Pili” para los
amigos, apuntando nervioso con su pistola hacia el techo de la sucursal sólo
dos minutos antes de verse sobresaltado por una sorda detonación en la calle y
el inmediato estruendo de una bala incrustándose en la luna de la oficina. Los
pocos empleados y clientes del Banco de Santander que hasta ese momento habían
conseguido mantener cierta calma la perdieron de manera súbita. Como también la
perdió Avelino Rickenback, procurador de Banca que sólo había entrado a
saludar al director de la sucursal aprovechando que pocos minutos después tendría
que participar en la ejecución de un desahucio justo en el edificio de enfrente.
Sin comerlo ni beberlo se había visto con una pistola en la sien pero, conociendo
bien el barrio de Teis, había supuesto que no se trataría más que de un simple
ratero con un arma de juguete. El atraco seguiría el curso reglamentario: aquel
perroflauta se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco
billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían
aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro
de cada día. Sin embargo, El estrépito que produjo el impacto de bala sobre el
ventanal modificó por completo el escenario que había construido mentalmente. El
arma era de verdad y el atracador tenía compinches en el exterior. Pero, ¿Por
qué habían disparado los de afuera? ¿Es
que se habían vuelto locos? ¿O es que alguien había intentado huir y se lo
habían cargado de un tiro? Tenía que haber sido eso. Después recordó el asunto
que lo había llevado allí y se dio cuenta de que como era habitual el
Secretario Judicial acudiría acompañado de una pareja de policías. O sea que
pronto llegarían las fuerzas del orden. Si es que no lo habían hecho ya. Se
aferró con fuerza a este último pensamiento para olvidar el frío metal que
sentía en su sien y consiguió relajarse un poco.
Quién no se había relajado en absoluto era El Pili que, además de
ser consciente de que estaba absolutamente solo en aquello, acababa de echar un
ojo hacia el exterior entre las cortinillas y había distinguido a la perfección
los uniformes de la Policía. Se arrojó bruscamente al suelo de un salto
arrastrando con él al procurador. ¿Cómo era posible que se hubiesen enterado
tan rápido los maderos? No habían pasado ni dos minutos. ¿Y, además, por qué
coño habían disparado? ¿Es que se habían
vuelto locos? No tenía mucha experiencia en este tipo situaciones pero le
pareció que la actuación policial estaba saliéndose un poco de madre. ¡Qué nadie
mueva un pelo! ¿Entendido? ¡O aprieto el gatillo! Gritó mientras se arrastraba
como podía hacia detrás de una mesa. Pero el grito era innecesario puesto que todo
el mundo había presentido ya que el tema de los gatillos iba a estar un poco distendido
aquella mañana. Por la cuenta que les traía, desde luego, allí no iba a mover
un pelo absolutamente nadie. El Pili,
desde el suelo, intentó atar cabos. Llevaba más o menos media hora dentro de la
oficina. Había fingido que aguardaba su turno sentado en una butaca mientras leía
una revista a la espera de que la oficina se despejara de gente. Durante ese
tiempo había meditado mucho sobre como iba a actuar y le había servido para
darse cuenta de que no había traído una miserable bolsa donde cargar el botín.
Por lo demás, todo había parecido ir bien. Entonces había entrado aquel idiota
con el sobre acolchado y sospechó que podría haber mucha pasta en juego. Fue
entonces cuando puso en marcha el procedimiento reglamentario: además de aquel sobre,
se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras
y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en
el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día.
Entonces, ¿Qué es lo que había salido mal? Acaso algún cajero había sospechado
algo y había avisado a la policía. O lo
había hecho alguno de los clientes que habían dejado la oficina antes de dar el
golpe. Pero cómo podían haber conocido
sus intenciones. Era la tercera vez aquel mes que atracaba la misma oficina pero
con aquel enorme bigote era impensable que alguien hubiera podido reconocerlo.
Y además era imposible que nadie hubiese visto la pistola que iba perfectamente
oculta en el interior de su chaqueta. No tenía ningún sentido nada de lo que
había ocurrido. Pero si había un hecho que no admitía discusión era que la
Policía estaba fuera, que estaba armada y que no tendrían reparos en volver a disparar
a dar si les ofrecía la más mínima oportunidad. Así que echando mano a su
bolsillo y haciendo cuentas con el tacto sacó seis balas que introdujo con
torpeza en la recámara de su revólver. Nunca había pensado que llegaría el día
en que tendría que usarlas pero después del frío análisis de la situación que
acababa de hacer tuvo que admitir que en esta ocasión era absolutamente
necesario estar preparado para cualquier tipo de contingencia. Por fin había
llegado la hora de hacer honor a su mote.
Un par de acciones al borde del desenlace
Desde detrás del visillo de la ventana de la cocina Paloma Arrigorrieta
pudo comprobar con estupor el significado exacto de la frase “la he liado
parda”. “Nuestra estrategia siempre será
resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Tenía narices. Había tenido la
intención de que fuera así, pero en el momento en que aquella hosca agente de
policía le había ordenado que entregase las llaves del piso, había perdido
completamente los nervios. En fin, a lo hecho pecho. La cuestión era: ¿Ahora qué?
¿Cómo podría salir de aquella? No tenía mucho tiempo para pensar, pero estaba
claro que algo debía hacer. La situación era límite: Había arrebatado el arma a
una agente de la ley y había disparado contra ella. Aunque lo merecía, no creía
que la hubiera matado pero, aún así, era bastante evidente que el desahucio había
pasado a ser un problema de segundo orden. Además –concluyó con bastante acierto-
en cualquier caso ahora tenía la garantía de que podría dormir bajo techo durante
los próximos cuatro años y un día como mínimo. Así que dando un par de vueltas
a todas las posibilidades que se le ofrecían recordó aquellos otros dramáticos
casos. Casos de gente desesperada que se había arrojado desde sus pisos en un
acto de autoinmolación y protesta contra la injusta política económica, judicial
y bancaria de este puñetero país. Lo vio claro. No entraba en sus planes
quitarse la vida. No era ese su estilo. Sin embargo, quizás si se subía al
balcón y fingía que pretendía arrojarse a la vía pública sería más fácil
demostrar el enajenamiento mental que debería alegar en su defensa en un futuro
no muy lejano. Tendría que parecer una mujer completamente perturbada, y de esa
manera, si lo hacía bien, si creían que realmente tenía la intención de saltar,
sería mucho más fácil que cualquier juez considerase su trastornado estado
emocional de aquella mañana como un atenuante. Era cierto, pensó, que viviendo
en un primer piso no se podía estar absolutamente seguro que la caída fuese
mortal de necesidad pero como la situación no llegaría a producirse tampoco le
dio muchas más vueltas. Abrió la puerta del balcón, se asió fuertemente con una
mano a la canaleta y, con ayuda de una banqueta, se puso de pie sobre la
barandilla del balcón. Abajo el teniente Demetrio Sisgardo mantenía con su
pistola en lo alto a todo el mundo tirado en el suelo.
El Pili, dentro de la sucursal y sin dejar de encañonar en
ningún momento a Avelino Rickenback, llegó a la conclusión de que debería ser
él quien tomase la iniciativa. No podía dar tiempo a la policía para planificar
una acción de rescate en la que el último y único perjudicado sería él. Tenía
que jugársela a todo o nada. No iba a haber medias tintas aquella mañana: o
conseguía escapar (posibilidad que se le antojaba bastante difícil) o pronto le
tomarían medidas para un traje de madera. Así que decidió seguir adelante con
el atraco. Y ya de morir que fuese por una buena causa. O por un buen pellizco.
Echó cuentas del número de personas que había dentro: Dos cajeros, el director,
siete clientes y el hombre del sobre al que seguía encañonando. El sobre. Lo
había olvidado. Miró a los ojos a Avelino y después al enorme sobre marrón con
el logotipo del Banco de Santander y éste entendió. -“No hay nada de valor,
sólo son papeles”. Como El Pili arqueaba
una ceja se lo entregó. Con unos movimientos de pistola ordenó a Avelino que se
tirase al suelo como los demás, y se dirigió a las cajas sin abrirlo todavía.
Allí se llevó la primera sorpresa agradable de la mañana: cuatro enormes fajos
de billetes de quinientos euros descansaban sobre el mostrador de la segunda
caja. Casi le da un infarto. Con aquel dinero no necesitaba nada más. ¿Cuánto
sumarían aquellos billetes? Calculó por encima. Cinco por cinco veinticinco y
le añadimos tres ceros… joder, unos veinticinco mil pavos por fajo. Cuatro por
cinco: veinte, nos llevamos dos; Cuatro por dos: ocho, más las dos que nos
llevábamos: diez. Casi se desmaya: ¡Eran cien mil euros! Echó una mirada
escudriñadora entre los clientes pero le fue imposible reconocer a ningún
político del PP. Miró lo que llevaba en las manos ¿Qué coño habría en el sobre
acolchado? Sobre el mismo mostrador lo abrió y comprobó que el procurador no le
había engañado. No había más sorpresas agradables. Tan solo eran papeles. Los
tiró a la papelera e introdujo de manera ordenada los cuatro fajos de billetes.
Volvió a cerrar el sobre. Estaba preparado para dar el paso. Ordenó a todo el
mundo que se levantase y se dirigiese a la puerta de salida del banco. Allí
explicó lo que debían hacer si no querían recibir un balazo. En cuanto él lo
ordenase todo el mundo saldría corriendo en distintas direcciones. De esa
manera, en medio de la confusión, él podría tener una opción de escapar.
La agente Covadonga había conseguido finalmente frenar la hemorragia gracias
a un aparatoso apósito y unas cuantas nubes de algodón que le hicieron llegar
desde la farmacia de la esquina. Su cabeza seguía dando vueltas al asunto del
pendiente. Con la borrachera de la noche había dormido con ellos y aquella
mañana había olvidado por completo que los llevaba puestos. No había tenido
ocasión de comprobar por el extracto bancario la cantidad de dinero invertida
por su marido en aquellas joyas. Pero por la cara que había puesto cuando recibió
la fea corbata de lunares verdes que le había comprado ella supuso que era una
cantidad bastante elevada. ¿Seguiría entero el pendiente? Volvió al lugar donde
se había producido el impacto y comprobó como en el suelo permanecían los pequeños
charcos de sangre que había manado de su herida. Su arma también seguía descansando
en el suelo en el mismo sitio que la había tirado aquella salvaje. La cogió y
la devolvió a su cartuchera. Pero allí no
había ni rastro de su zarcillo. Siguió atentamente la trayectoria que había
efectuado el proyectil desde donde ella estaba hasta impactar sobre el cristal
del banco. Escudriñó cuidadosamente el radio de acción en el que consideró que
podría haber caído pero no vio ni la más mínima señal. De repente cuando ya
estaba al lado del ventanal de la sucursal lo vio a él: Era negro y caminaba
con orgullo. Sin embargo había algo que resultaba un tanto extraño en aquel pichón.
De su pico, ensangrentado, sobresalía un pequeño trozo de oreja humana con un
precioso pendiente de oro y brillantes.
Por fin, un caótico desenlace
La cronológica sucesión de los dramáticos eventos acaecidos durante cuatro
segundos de aquella mañana frente al número 163 de la viguesa calle Sanjurjo
Badía podría desgranarse de la siguiente manera:
10:42:33 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y tres segundos
– Paloma Arrigorrieta desde el balcón de su casa comienza a anunciar a voz
en grito que si no se retiran la policía y el agente judicial y se anula de
manera inmediata la orden de desahucio de su piso se arrojará al vacío.
– El Pili da un grito con el que
ordena a todos los rehenes que salgan corriendo inmediatamente por la puerta
del banco si no quieren recibir un balazo por la espalda.
– La agente Covadonga, agachada, hace sigilosos ademanes de atrapar con sus
manos a la paloma justo en el momento en que ésta, asustada por las voces,
despliega sus alas y comienza a elevase en el aire.
– La frecuencia acústica del alarido que llega desde el balcón atraviesa la
cavidad timpánica del oído derecho del
teniente Demetrio Sisgardo en el mismo momento en que las ondas sonoras
del grito de El Pili activan el
martillo de su oído izquierdo. Este golpea al yunque y este, inmediatamente, al
estribo. El teniente continúa de pie y con su arma apuntando al cielo.
– Ismael Serrano, el Secretario Judicial, tumbado en el suelo y
desconcertado por los gritos intenta buscar una explicación en la cara del Teniente.
Descubrir que este tiene una cada vez una bizquera más ostensible le produce un
enorme desasosiego. Se desmaya.
10:42:34 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cuatro segundos
– La agente Covadonga en un acto reflejo, previendo que si no hace algo
perderá para siempre su pendiente, extrae su revólver de la cartuchera y
cerrando el ojo derecho apunta durante unas décimas de segundo hacia la
trayectoria del vuelo de la paloma, que en un concreto punto intermedio viene a
coincidir de manera absolutamente exacta con el balcón del primer piso.
– Paloma Arrigorrieta, subida a la barandilla, interrumpe sus berridos y empieza
a no entender nada cuando ve que de la puerta del Banco de Santander salen una
docena de personas gritando como poseídas y corriendo cada una de ellas en distintas
direcciones.
– Amalia Becker, que con el resto de manifestantes de la PAH permanece
todavía en el suelo, observa como la demente policía de la oreja mutilada está
apuntando con su arma hacia el balcón donde está su protegida mientras puede
leer en sus labios la inequívoca frase: “¡Paloma, hija de la gran puta!”.
– El Pili, cegado por el sol, con
el sobre con el dinero debajo de una axila y el revólver en una mano, tropieza
con uno de sus asustados rehenes que huye despavorido y se dirige corriendo de manera aturdida hacia
el punto donde se encuentran los manifestantes de la PAH.
10:42:35 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cinco segundos
– Amalia Becker intenta evitar la tragedia abalanzándose sobre la agente
Covadonga.
– La agente Covadonga se tambalea y aprieta el gatillo mientras cae al suelo.
– La Paloma dispara un líquido proyectil con mejor puntería que nadie y escapa
volando tranquilamente hacia lo alto de los edificios.
– La bala disparada por la agente rebota en una de las paredes del edificio
y se incrusta en la barandilla del balcón justo bajo los pies de Paloma
Arrigorrieta.
– El Pili se sobresalta con el
disparo y aprieta sin querer el gatillo de su revólver.
– Su bala se incrusta en la luna del Banco de Santander no sin antes haber
volado el lóbulo de la oreja derecha de la agente Covadonga.
– Avelino Rickenback escucha los disparos, y cree que son los imaginarios compinches
de El Pili. Se desmaya.
– Ismael Serrano, todavía inerte, comienza un agradable sueño en el que se
ve vestido con mallas blancas y baila de puntillas música de Strauss sobre un
escenario de Paris.
–Paloma Arrigorrieta pierde el equilibrio e inicia una caída al vacío
durante la cual, por décimas de segundo, le parece entrever que justo debajo de
ella se encuentra alguien que –si no
fuera por el enorme bigote negro- juraría que es el famoso atracador de
supermercados Héctor Marlego más conocido como “El Piligroso”. Cierra los ojos.
– El teniente Sisgardo continúa inmóvil con su arma apuntando al cielo. No
es fácil decir hacia donde está mirando exactamente. Puede que aquí. Puede que
allá.
10:42:36 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y seis segundos
–El Pili puede comprobar sobre
sus hombros los efectos que produce la ley de la gravedad cuando lo que cae es un cuerpo de ochenta y siete kilos
y medio de peso del sexo femenino. Momentáneamente pierde el sentido.
–Paloma Arrigorrieta abre los ojos y respira aliviada al comprobar que ha
caído sobre blando y no se ha producido daño alguno. En el suelo, a su lado,
puede distinguir perfectamente su nombre escrito encima de un sobre acolchado
del que sobresalen unos papelitos morados. Como es lógico, entiende que si pone
su nombre es que es suyo.
– El Teniente Sisgardo con un ojo mirando para Logroño y otro para Lisboa
decide poner fin a aquella locura. Acciona el dedo sobre el gatillo y dispara
al aire mientras grita por segunda vez aquella mañana: ¡TODO EL MUNDO AL SUELO!
Hagan algo por El Pili, que está
mucho peor- Contestó Paloma al
enfermero que pretendía atenderla. Miró hacia donde hacía breves instantes
yacía el desgraciado ratero, pero allí ya no había absolutamente nadie. Doblando
la esquina que daba al callejón le pareció ver como desaparecía su sombra. Pero
las cosas estaban bien como estaban. Así que, acariciando el sobre que guardaba
en el bolsillo, decidió que no tenía mucho sentido decírselo a nadie.
El procurador Avelino Rickenback,
recuperado de su desmayo, se acercó a ella y le explicó que se había extraviado
el sobre en donde portaba la providencia por la que el piso pasaba a manos del
banco. En cualquier caso, tendría una semana para liquidar la hipoteca con la
entidad bancaria o volverían a verse las caras. Le respondió con una sonrisa.
No debía preocuparse. El próximo martes se las verían. Tenía pensado ir a
arreglar cuentas.
El Teniente Sisgardo fumaba un pitillo sentado sobre el capó de su coche.
Tenía los ojos en su sitio. Había sido una dura mañana. Pensó en la pobre
agente Covadonga a la que habían tenido que llevar en ambulancia con un ataque
de nervios. Y después en el pobre Secretario Judicial que parecía haber perdido
el sentido y no paraba de dar saltitos de ballet. La verdad es que las cosas se
habían torcido increíblemente y pasarían un par de días hasta que los hechos se
aclarasen del todo. Pero él podía estar orgulloso. Se había propuesto algo
cuando todo había comenzado. Y lo había conseguido: cero víctimas mortales.
Un epílogo con cierta base
científica
Es un principio fuera de toda discusión que la resistencia del aire viene a
ser proporcional a la velocidad a la que se mueva el cuerpo que se enfrente a
ella. Es decir, cuanto mayor sea la velocidad a la que cae un objeto, más
resistencia del aire se encontrará. De esta manera, puestas en juego la fuerza
de la gravedad y la fuerza de la resistencia del aire sobre un objeto arrojado
en caída libre, llegará un momento en que ambas se igualen y se alcance lo que científicamente
se denomina “velocidad límite”; una velocidad constante de caída que para todo
cuerpo dependerá, como es lógico, de su masa, su densidad y también, no cabe
duda, de su coeficiente aerodinámico. Pongamos el caso de una bala de pocos
gramos disparada de manera perfectamente vertical hacia el cielo: Una vez
alcanzada su trayectoria ascendente máxima, comenzará a caer llegando a
alcanzar una velocidad límite de unos ciento sesenta kilómetros por hora, no
mucho más. Si un humano, por desgraciada casualidad, recibiese el impacto de
dicha bala no sufriría daños de más entidad que un buen chichón, con brecha y
conmoción incluidas, pero difícilmente llegaría a resultarle mortal puesto que
en ningún caso le atravesaría los huesos del cráneo. No existe físico ni
matemático, por poco experto en balística que sea, que permanezca ajeno a la contrastada
realidad de esta teoría que se acaba de explicar.
Quien sí era completamente ajena a estas científicas reflexiones era la
hermosa paloma negra que media hora después del incidente sobrevolaba los tejados
del barrio de Teis portando un lóbulo de oreja humana en el pico. En aquel mismo
instante un pequeño proyectil de plomo que caía a la exacta y constante
velocidad límite de ciento sesenta y tres kilómetros por hora impactó
súbitamente en su cabeza y la derribó haciéndola aterrizar bruscamente sobre el
adoquinado pavimento de un apartado callejón. La desgraciada ave, mortalmente
herida pero todavía consciente, dispuso antes de exhalar su último suspiro de
unos breves instantes de lucidez durante los cuales pudo observar con claridad el
rostro de Héctor Marlengo, más conocido como El Pili, que con mirada codiciosa y cuerpo dolorido calculaba a ojo
de buen cubero que por aquel precioso pendiente de oro y brillantes que le
había llovido del cielo se podrían sacar, si se contaba con los contactos
adecuados, no menos de dos mil pavos.
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