17 de diciembre de 2013

El Beijo de las Locomotivas


 
 
 


EL BEIJO DE LAS LOCOMOTIVAS

Joel A. Rand

Faro de Vigo, 25 de marzo de 1886:


 “…Poco después de las nueve de la mañana los convoyes avanzaban hasta encontrarse en mitad del puente y darse el beijo las locomotivas, unidas durante unos minutos por los parachoques frontales mientras la multitud apiñada a una y otra orilla contestaba con entusiasmo a aquellos vivas y agitaban los sombreros y pañuelos produciendo un efecto muy sorprendente, contemplado desde el centro de la hermosa construcción que se hallaba engalanada con millares de banderas.”

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Tuy, 2 de febrero de 1879

Queridísimo hermano,

Espero que al recibo de la presente tanto v. como Madre se hallen bien de salud. Nosotros, a Dios y a su Majestad gracias, hemos alcanzado en el día de ayer sin mayor percance nuestro destino. A pesar de su amplia experiencia y del profuso conocimiento que posee de los caminos de hierro, no pudo D. Luis Page dejar de expresar su asombro por haber realizado el viaje en poco más de una jornada. Figúrese v. que de Madrid a Tuy nos ha tomado el itinerario tan solo treinta horas. Algo impensable hasta hace muy pocos meses. Sostiene el jefe de ingenieros que hemos alcanzado tales cotas de progreso que en breve tiempo, una vez que se haya completado íntegramente la red ferroviaria, no quedará más labor en España para nosotros, los ingenieros, y habremos de buscarla en otros países. Yo considero que sus apreciaciones no son en absoluto acertadas y que todavía han de ser muchas las cosas en las nos haremos imprescindibles aquí, pero como comprenderá v. no debo contrariarle demasiado manifestando mis pensamientos ya que la diferencia de rango y edad no me permiten tomarme ese tipo de licencias con un hombre serio y formal como es D. Luis.

Aunque la atmósfera es efectivamente húmeda y fría en esta región y amanecen espesas nieblas atraídas por el cauce del río, le sorprendería contemplar lo hermoso que es el entorno de la villa. Pequeña y con población muy dispersa, la ciudad hace gala de su carácter catedralicio y doy fe que bien se notan el peso y la autoridad que en ella la iglesia ejerce. La catedral, pequeña y con un aire de fortaleza, preside una colina desde la que bajan estrechas callejas de piedra, un blando granito lugareño que nada tiene que ver con el que usamos en la capital y al que la humedad hace florecer caprichosamente con verdes líquenes que dan un tono de lúgubre encantamiento a las construcciones. El río Miño, mucho más desahogado y caudaloso de lo que yo hubiera esbozado en mi imaginación, nos separa de la villa fortificada de Valença, de la que he escuchado historias maravillosas y que espero tener la oportunidad de visitar pronto. Aunque, como bien sabe v., no existe de momento puente alguno que permita viajar cómodamente de una villa a otra y la única manera de realizar dicho trayecto es utilizando las barcas de madera que transportan a diario las reses y las verduras que suponen la economía básica de estas gentes.

En lo que respecta a ellas, a las gentes, debe decirle v. a Madre que, tal y como me aseguró, se trata de personas amables y serviciales, pero reservadas, y aunque entre ellos utilizan con frecuencia su gracioso y añejo lenguaje gallego, procuran con nosotros hablar la lengua española, que salida de sus bocas suena a veces suave y musical y otras veces adquiere una extraña aspereza que provoca la risa de todos.

Como ya he tenido la oportunidad de explicarle a v. en persona recientemente, el propósito de nuestra visita es precisamente determinar el trazado ideal para unir, mediante un puente que salve el río, la línea ferroviaria que comunica Tui y Vigo con la que llega a Valença desde Oporto. Es voluntad mía y, por supuesto, del ingeniero jefe, D. Luis Page, que el lugar elegido sea idóneo no únicamente para la circulación de las locomotoras sino también para el tráfico de carruajes e incluso si fuere menester del de las propias personas a pie, lógicamente con el establecimiento del portazgo que voluntariamente determinen ambos gobiernos. Según ha observado D. Luis parece que los ánimos políticos en la zona están caldeados debido a que se han puesto en liza intereses económicos de unos y otros que perturban el interés general y podrían alejar el trazado de la ciudad. Además de enrarecer el ambiente, esta circunstancia ha aplazado considerablemente el proyecto hasta ahora. Es intención de todos nosotros hacer que impere el sentido común y tener redactado el informe en breves fechas por lo que es bien seguro que podamos volver a vernos muy pronto.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 8 de marzo de 1879


Mi más apreciado hermano,

Le ruego mil disculpas por no tener recibido noticias mías hasta la presente y me alegraré que al recibo de la misma se halle v. bien de salud en la compañía de Madre.

Los días han sido de gran trabajo y pesadumbre aquí. Como le manifestara en mi misiva anterior es completamente cierta la existencia de onerosos intereses que han hecho que no haya resultado fácil tarea la redacción del informe final, pero D. Luis, que ha demostrado su gran criterio y recta disposición no se ha dejado embaucar ni amilanar por las presiones que algunos poderosos señores de la zona pretendieron ejercer sobre una decisión que nos corresponde únicamente a nosotros. Si bien al principio no se trató más que de pequeños agasajos y lisonjas que no pretendían otra cosa que comprar nuestra voluntad, es bien cierto que cuando comprendieron que nuestro afán era el de tomar una determinación exclusivamente técnica y favorable al interés general de las gentes, aquellos se han tornado un tanto desagradables y violentos para con nosotros. No deben v. ni Madre preocuparse, sin embargo, por nuestro bienestar ya que, aunque la presión de estos caciques ha sido ciertamente grande, gozamos por otro lado de los afectos y la cálida hospitalidad del pueblo que ve en nosotros a las personas de bien que por naturaleza somos.

Después de haber estudiado sobre la zona las tres variantes que se discuten desde hace tiempo, nos ha resultado evidente que dos de ellas no muestran más lógica que la de un interés económico estrictamente personal. Así que, evitando herir las sensibilidades de aquellos señores, D. Luis, con nuestra solícita colaboración, ha venido en redactar un informe serio y técnicamente argumentado sobre la conveniencia de ejecutar la obra de ingeniería sobre la variante denominada de “O Poste Vermelho” que viene a dar a un lugar al que aquí los paisanos nombran como Las Bornetas, y ha desechado las opciones de Ganfey y la Raposeira aduciendo no sólo su lejanía de las villas sino también por el riesgo que suponen las crecidas fluviales en ambos parajes. Para dar mayor soporte a su informe y evitar oposiciones mal fundadas que difieran más la ejecución del proyecto ha solicitado que el ingeniero D. Pelayo Mancebo realice un boceto del puente que se anexará al mismo. De esta manera tenemos la convicción de que no existirá ningún tipo de desacuerdo por parte de los ingenieros portugueses y pronto se podrá licitar la fabulosa obra. Siendo esto así, estoy seguro de que podremos vernos de nuevo en muy breve plazo.

En cuanto a la vida aquí, me contenta informarle a v. que finalmente he logrado cumplir mi anhelo de visitar la fortaleza de Valença. Y bien es cierto que ha sido en compañía más agradable de la que yo hubiera podido imaginar. Pues habiendo preguntado en la posada donde hacemos hospedaje por la mejor manera de alcanzar la villa portuguesa, han mostrado enorme preocupación por que no me extraviase; de tal manera que han resuelto encomendar a la Señorita Leonilde, hija del posadero, la misión de servirme de lazarillo en mi excursión a la ciudad amurallada. Debo confesarle a v. que si Valença es hermosa, la joven que me guió no lo es menos, entiéndase desde el respeto que ella merece por mi parte, que lo es todo, por supuesto. Aunque si algo se debe reconocer, eso sí, es que las muchachas de esta zona poseen una singular belleza que las hace merecedoras de toda clase de requiebros y alabanzas por parte de nuestro grupo, de los que yo, por mi carácter pausado y poco propenso a las salidas de tono, no suelo participar.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:


Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 15 de septiembre de 1879

Queridísimo hermano del alma,

Espero que v. y Madre se hallen en buen estado de salud al recibo de la presente. Yo, a Dios gracias, bien. Deben vv. perdonar que no haya escrito en tanto tiempo y entiendo que se preguntarán el motivo por el cual no he regresado a casa todavía, una vez que nuestro cometido, esto es, la emisión del informe técnico, ya fue cumplimentado hace más de dos meses y tanto D. Luis como el resto de la comitiva están de vuelta en sus respectivos hogares. 

La cuestión es que he encontrado fácil acomodo en este lugar, y previendo que por mi formación me será fácil encontrar trabajo en las tareas de construcción del viaducto, he dispuesto quedarme hasta que den comienzo las mismas. Según me han informado desde Madrid se ha aceptado la propuesta y es muy probable que pronto se apruebe el proyecto de D. Pelayo Mancebo licitándose por fin los trabajos del puente. El diseño, tal y como he tenido la oportunidad de contemplar es absolutamente ingenioso. La inteligencia de D. Pelayo ha dado con una sencilla solución para la cuestión del tránsito del tráfico ordinario y, a la vez, del ferroviario, lo cual ha de permitir un considerable abaratamiento de los costes de construcción. Se trata de una especie de cajón de doble tablero formado por vigas de celosía múltiple y pilares tubulares de fundición con estribos de sillería granítica. A nivel basamental ha tenido el atrevimiento de resolver a cuestión con arcos de medio punto y en el del tablero, sin embargo, se ha decantado por dobles arcos y una balconada corrida. Una obra al estilo del afamado Eiffel y que sigue un esquema arquitectónico bien sencillo pero que, a la vez, da a la obra un aspecto de gran ligereza, v. ya me entiende.

En otro orden de cosas, no sé si le he mencionado a v. en anterior correspondencia a la Señorita Leonilde. La hija del propietario de la posada en donde me alojo es una muchacha de porte esbelto y bien formado. Cosa que advierto porque bien salta a la vista y no porque haya yo querido posar mi atención en ella de manera poco honrosa. Sus ojos son almendrados y oscuros, de una negrura húmeda que refresca el alma y su cabello, que cae ondulante buscando la cintura, es del mismo color que las noches sin luna sobre el Miño. En su angelical rostro destacan unos labios, carnosos y turgentes, que hacen palidecer de envidia a las rosas y camelias que florecen en el lugar. Su cuello, esbelto y delicado como los troncos de los tilos, se torna gracioso y cimbreante cada vez que alguien requiere su atención. El busto es generoso, cálido y rotundo e incita a retornar a la infancia para sumergirse en su eterno arrullo. La cinturilla es de tal modo ágil y graciosa que transmite la fragilidad de un cervatillo y sin embargo, sus generosas caderas, se resuelven contundentes aunque de ninguna manera excesivas hasta alcanzar unas piernas, que bajo los pliegues de sus faldas no es difícil adivinar largas y torneadas, que son en definitiva las que le confieren esos andares elegantes y a la vez resueltos. Espero que entienda v. que estos atributos los valoro yo de manera totalmente objetiva por ser ella la persona que me atiende habitualmente en la posada y no porque exista ningún tipo de atracción animosa por mi parte.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



Tuy, 1 de marzo de 1880

Amado hermano,

Espero que la salud lo acompañe a v. y también a Madre. Yo, a Dios gracias, conservo buena salud de momento.

Deberá usted disculpar el retraso en escribir pero los días y hasta las semanas se me escapan acompañando a la Señorita Leonilde a todas partes. Debo afirmar que se ha establecido entre nosotros una amistad casta y de todo punto sincera. Lo cual no redunda en menoscabo de que ella acepte aquellas pequeñas fruslerías que yo tengo el gusto de ofrecerle como prenda de nuestra buena relación. Bien imaginará v. que no obro yo por galantería ni por ganar favor alguno, sino que más bien me mueve el ánimo de dejar a todas luces patente que nuestra simpatía admite esas confianzas. Tampoco es que sean grandes agasajos, ni de un coste excesivo: una pequeña pulsera de oro o unos pendientes de plata y azabache de vez en cuando que, como v. imagina, no suponen un gran dispendio para la economía de nadie y, por otra parte, en ella lucen divinamente. Son contados los días en que no nos acercamos a las hermanas encerradas del convento de las Clarisas y procuro para ella unos pececillos de almendra que tanto la deleitan o, en otras ocasiones, un brazo de gitano para que invite a su familia, a quienes, por cierto, debo agradecer que no hayan visto nada deshonesto en nuestro aprecio mutuo, que insisto, es siempre desinteresado y cargado de buenas intenciones. Si v. tuviera oportunidad de admirar la sonrisa con que recibe estos pequeños presentes comprendería no sólo que se trata de una muchacha cándida y desprendida sino que alcanzaría a simpatizar con mi debilidad (entienda v. ésta en el sentido más casto del término) por ella.

Por lo que respecta al puente, ha llegado noticia a Galicia de que su Majestad Alfonso XII ha aprobado mediante Real Decreto el proyecto de Mancebo, quién ha presupuestado su construcción en más de un millón doscientas mil pesetas; lo que le dará a v. una idea de la importancia de tan magna obra. Espero que pronto se subaste su ejecución y puedan empezar los trabajos ya que mi situación económica, no habiendo realizado labor remunerada desde que finalizasemos el informe técnico, empieza a requerir cierta ocupación. Le rogaría a v. que, en tanto no se resuelva esta situación y comiencen las obras, me adelantase de la manera que le fuere posible parte de los fondos que Padre, Dios lo conserve en su gloria, nos dejó en legado.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 6 de noviembre de 1880

Hermano mío,

Salud para v. y también para Madre. Yo me cuido.

Le sorprenderá tanto como a mi conocer que no he recibido noticia alguna sobre los dineros que le solicitara hace ya algunos meses. No entiendo que es lo que pudo haber sucedido. Por eso le ruego que, en tanto pueda, preste v. a ello la merecida atención por si se hubiere extraviado de alguna manera el envío. El caso es que, al no disponer de ellos, me he visto en la perentoria necesidad de hallar un empleo que me permita continuar alojado en la posada, puesto que mi renta se ha agotado por completo y, como es comprensible no siendo natural de la zona, no dispongo del crédito necesario como para alojarme a fianza. Por desgracia, el tener que realizar una jornada laboral no me deja demasiado tiempo para continuar labrando mi amistad con la Señorita Leonilde. Y, bien es cierto también, que cuando dispongo de unas horas libres no encuentro en ella el ánimo de voluntad necesario para emprender un agradable paseo vespertino, pues debe saber que se halla ultimamente bastante cansada e inapetente, intuyo yo que por ese tipo de asuntos femeninos que escapan al entendimiento de los varones. Sin embargo, me ha aliviado oir de su propia boca que le importa bien poco el hecho de que no disponga yo ahora de peculio suficiente para los obsequios a los que la tenía acostumbrada. Ya le había yo asegurado a v. que se trataba de una muchacha casta y completamente desinteresada.

Por lo que respecta a mi trabajo, le agradará conocer que guarda cierta relación con la construcción del puente. No sé si ha llegado a sus oídos que se han iniciado por orden del gobierno las obras de construcción de un fuerte militar cerca del río. La guarnición que ha de alojarse en ella, de unos doscientos soldados, tendrá como cometido único el de volar el paso si se diera la circunstancia de que, Dios no lo quiera, se iniciase una guerra con Portugal, motivo por el cual se ha de dotar incluso de hornillos de mina el margen norte del puente. Han llegado recientemente ingenieros militares de La Coruña y Vigo para iniciar los estudios pertinentes. Después de presentarles mis respetos y mis credenciales me han asegurado que las labores de ingeniería estaban perfectamente cubiertas por los mandos militares correspondientes pero que no me faltaría trabajo si estaba dispuesto a asumir ciertas labores de albañilería que a los soldados rasos les resultaban demasiado arduas. No existiendo posibilidad de encontrar nada mejor en la ciudad (puesto que los señores caciques todavía me guardan un amargo recelo por la contrariedad que les supuso el informe de D. Luis) he estado encantado de aceptar el empleo.
                                       
Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 12 de agosto de 1881

Hermano mío,

Espero que esté v. bien de salud y también Madre.

Debe v. disculpar que no haya escrito en tan largo tiempo pero lo cierto es que no dispongo de mucha ocasión para hacerlo puesto que los gallegos son gente cumplidora en exceso que tiene tendencia a realizar unas jornadas laborales ciertamente aprovechadas.

Supongo, como es natural por otra parte, que estará v. interesado en saber de la Señorita Leonilde. Le informo que el poco tiempo libre del que dispongo lo empleo yo en ofrecerle la compañía que merece. O más bien en intentarlo. Puesto que la extraña apatía que me parece recordar le había mencionado ya en correspondencia anterior ha continuado acechándola desde entonces. Y según he podido comprobar, lleva ya algún tiempo tratándola de su mal el Doctor Aquilino que es un simpático y gallardo joven de hermosa melena rubia que la consulta cada tarde. Curiosamente suele su visita coincidir con los ratos libres de los que yo dispongo, por lo que no me es fácil últimamente disfrutar de las amigables charlas que antes manteníamos. Sin embargo, todo sea en beneficio de su salud. El doctor, que bien se ve que es hombre abnegado y dedicado a su profesión, no permite nunca que salga sola a dar los paseos que, es fácil de entender, son promovidos por prescripción médica. Atento y servicial, le ofrece su brazo para acompañarla Corredera arriba y abajo comprándole de vez en cuando alguna baratija sin importancia para procurar que mantenga el espíritu alegre. Cuando esto sucede yo, que por discreción suelo observarlos desde detrás de algún árbol, me alegro de ver como se le iluminan sus bellísimos ojos negros y su boca dibuja una sonrisa que podría iluminar el mundo entero. A mi pesar, he advertido, sin embargo, que últimamente y coincidiendo de manera bastante precisa con estos momentos vespertinos también a mi me acucian ciertos problemas de salud que he de consultar, cuando se ofrezca la ocasión, al propio Doctor Aquilino. No debe v. preocuparse demasiado, ni alarmar a Madre tampoco, pues no creo que se trate más que de una ligera aflicción derivada del cansancio. Pero he de asegurarle a v. que resulta bastante incómodo el ardor en la boca del estómago, así como el irregular aceleramiento del pulso que me produce a veces la impresión del que el corazón vaya a escapárseme de un salto por la boca.

Tengo, por otra parte, buenas noticias que darles a vv. Finalmente ha sido subastada en Lisboa la ejecución de la obra del puente. Y parecer ser, así lo asegura la prensa local, que la adjudicaria de los trabajos ha sido una empresa belga denominada Societé Anonyme Internationale de Construction et d’Enterprise des Trabaux Publics “Braine-le-Compte” que, todo hay que decirlo, pone ciertas objeciones a que el puente disponga de las pilas tubulares tan inteligentemente propuestas por Mancebo y propone su sustitución por apoyos ordinarios de fábrica, bastante menos vistosos, que duda cabe, pero que evidentemente resultan mucho más económicos. Esperemos que ponto puendan dar comienzo las obras que tanto tiempo llevamos anhelando.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


 




Tuy, 2 de febrero de 1882
 

Hermano,

Debe v. saber, se lo digo para su provecho rogándole que de ningún modo se lo transmita v. a Madre, que las mujeres son unos seres absolutamente egoístas e interesados. Entenderá que viene este comentario a colación de Doña Leonilde y tendrá, por tanto, interés en conocer los hechos que motivan tal afirmación. Debo, sin embargo, mantener la discreción de la que siempre he hecho gala y dejaré ahí, por tanto, el asunto. Le recomiendo eso sí, que si tiene aprecio por su propia persona se guarde v. de ellas.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez

Pd. Las obras del puente se han retrasado debido a discusiones técnicas entre la empresa y los ingenieros portugueses y españoles. Pero es de esperar, Dios oiga mis plegarias, que en breve plazo den comienzo los primeros trabajos.



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Tuy, 16 de junio de 1882

Queridísimo hermano del alma,

Deseo de todo corazón que al recibo de la presente se halle v. bien de salud en la compañía de madre.

Hace tiempo que no le escribo y me parece recordar que mi última misiva fue redactada bajo un estado de turbación de espíritu que no se corresponde en absoluto con mi natural talante. Le ruego, por tanto, me disculpe si en ella se manifestaba algo inapropiado u ofensivo que hubiera podido molestarle. Ocurre que a veces el ánimo se acalora y, perdiéndose el raciocinio, acaban las personas de tal manera reconvertidas en animales. Por tanto, si en ella halló v. alguna apreciación inconveniente acerca de Leonilde le ruego que la borre de su memoria de modo que no quede tachón o mácula que pueda desdibujar la idea que, porque así lo merece, debería v. tener de ella.

Le escribo en esta ocasión con motivo de anunciarle una buena nueva que estoy seguro resultará muy del agrado tanto de v. como de Madre. Como bien sabrá, no habiendo salido en toda su vida de esta pequeña ciudad, Leonilde es una muchacha sin mundo y provista de una ignorante ingenuidad que la convierte en presa fácil de los muchos embaucadores que por la tierra deambulan, supongo que entiende v. bien por donde se encamina mi disquisición. Es esto de tal manera así, que por cuestiones que no vienen al caso y de las cuales no procede tampoco explicación por escrito en este momento, hemos venido en contraer matrimonio el pasado día ocho del presente y el niño, es decir su sobrino de v. y nieto de madre, es esperado para primeros del mes que viene. Parece que todo saldrá bien gracias a Dios y al buen hacer del Dr. Jaime Peixoto (pues la Señora de Montero, que es como debe ser llamada ahora, aquejada de las típicas extravagancias de las gestantes, no ha querido ver al Doctor Aquilino ni en pintura). Espero que no entienda v, y Madre mucho menos, que la cuestión de la preñez responde a ninguna actuación no respetable por mi parte. Creo que son vv. plenamente conscientes de que el recto proceder en toda ocasión y bajo cualquier condición es la premisa directriz de mi existencia.

Y como bien anuncia el dicho que los niños con un pan debajo del brazo vienen, debo comunicarle a v. además que, por fortuna, se han iniciado los trabajos de construcción del puente a las órdenes de dos ingenieros constructores belgas y del ingeniero inspector e hijo de Galicia, Andrés Castro Teijeiro, los cuales han tenido la deferencia de considerar mi título de ingeniero así como mi reciente experiencia previa en labores de albañilería para consignarme uno de los solicitados treinta y seis puestos de operario que tendrán el honor, por el momento, de levantar la magna obra sobre el Miño. Pensará v. que ahora que tengo dos bocas que alimentar me hará más falta el dinero, sin embargo debe tener en cuenta que no debiendo pagar renta de alojamiento el salario rinde mucho más. En cualquier caso, los fondos de Padre no vendrían nada mal para sacar adelante esta nueva familia en fase de expansión. Lo dejo en sus manos.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 20 de mayo de 1883

Mi adorado hermano,


Me alegrará conocer que v. está bien de salud en la compañía de madre.

Miguel, que es como hemos dado en nombrar a su sobrino de v., va ya camino de los diez meses y se ha convertido en una pequeña fiera inquieta y enredante que no cesa de gatear por toda la casa agitando su preciosa melena dorada. Todos estamos absolutamente encantados con él, aunque debo reconocer que Leonilde, por lamentable desgracia, padece de unas perseverantes jaquecas que no le permiten disfrutar en demasía de la criatura. Ha vuelto a ser consultada por el Dr. Aquilino y, válgame el cielo, que debemos reconocer a ese hombre su exquisita mano. No precisa más que acompañarla en sus terapéuticos paseos para que ella regrese a casa, sofocada del camino es cierto, pero con una expresión en el rostro que a todas luces se ve que ha quedado plenamente aliviada de sus desconsuelos. No sé que habría de ser de nosotros sin éste hombre.

Le comento a v. en la confianza de que no habrá de compartirlo con Madre, que si bien mi matrimonio con Leonilde es de ley y está bendecido por el mismísimo obispo de Tuy y en extensión por el padre nuestro señor que está en los cielos, no he tenido la fortaleza de carácter todavía para apremiarla a consumarlo de la manera en que establecen los cánones, creo que es v. quien de entender lo que quiero transmitirle. Y no es por falta de apetencia en mi caso, sino más bien por no turbar su espíritu con unos apetitos que ella por necesidad habrá de considerar primarios y nada dignos de mi persona. En cualquier caso, y a pesar de dormir en camas, y aún todavía en dormitorios separados, a todos se hace evidente que el amor que nos profesamos es sincero, fidedigno y duradero.


Con respecto a mi trabajo, comunicarle que el levantamiento del viaducto avanza a pasos considerables. En poco menos de unas semanas se ha finalizado ya el estribo de la parte portuguesa, así como las pilas primera y segunda, con lo que en breve plazo hemos de proceder al montaje del primer tramo de hierro. El trabajo es cansado pero honroso. Las manos me han encallecido crudamente, así como el rostro y el cuello que de estar a la intemperie se han curtido groseramente otorgándome un aspecto un tanto ordinario y desaliñado. E intuyo que incluso mi lenguaje, a fuerza de los soeces y burdos comentarios que acostumbran a proferir mis compañeros de obra se está tornado un tanto vulgar y chabacano. Le ruego que me disculpe si esto se hace patente en los escritos que le dirijo ultimamente.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:


Fabián Montero Rodríguez




 


Tuy, 25 de febrero de 1884

Hermano predilecto,

Me llenará de dicha conocer que goza v. de buena salud en la compañía de Madre, en cuya añoranza discurre mi estancia en esta tierra amable pero extraña.

 
Se suceden los días, semanas e incluso meses en el disfrute de la hogareña vida a la que inevitablemente conduce la llegada de todo infante a una familia. La pobre Leonilde, constantemente afligida por sus tenaces cefaleas, no encuentra el modo en que sobrellevar el alboroto que provoca Miguelín con los juegos y chanzas propios de su edad. Recuerde que su sobrino de v. hace ya año y medio que vino a este mundo, y que a estas edades tan tiernas es corriente que en las criaturas subyazga cierta propensión a armar jaranas y escandaleras. De ahí que mi amada esposa lo rehúya, de manera comprensible y justificada –no voy a negarle yo sus razones- entregándose de un modo cada vez más recurrente y consagrado a los cuidados diarios que le presta el Dr. Aquilino. De éste he de decirle que cada jornada que pasa es sentido más como uno de la familia. No voy a sostener yo que lo quiera como a un hermano. Me dará v. la razón en que la fraternal veneración que existe entre ramas de un mismo tronco (Sin ir más lejos la que yo siento por v. y sobre cuya reciprocidad no existe recelo) no ha de encontrar parangón en ningún otro tipo de querencia posible. Pero se debe reconocer, es justo hacerlo, que este hombre se ha ganado por parte de todos nosotros un aprecio que ronda lo consanguíneo. Su devoción por la salud de mi señora esposa Leonilde lo ha llevado al extremo de llegar a velar más de una noche en su cuarto por el simple empeño de certificar que concilia el sueño de la manera adecuada. Leonilde, candorosa criatura, ha tenido la discreción de no informarme de estas visitas, ya que supongo que teme que habré de mostrar yo algún tipo de reticencia de carácter económico a tan nocturnas consultas. Bien sabe Dios, y v. porque se lo pongo de manifiesto en este mismo momento, que los temas relativos a los dineros tengo yo costumbre de delegarlos en ella y no gusto de hurgar en el uso y disfrute que de los mismos haga. Mucho menos si han de ser invertidos en cuestiones médicas, facultativas o terapéuticas.

Por otra parte, le mentiría a v. si le dijera que en las cuestiones laborales van mal las cosas. Hubo un momento hacia el pasado mes de octubre en que el Gobierno Portugués paralizó de manera temporal e injustificada las tareas de construcción del puente, alegando inciertos motivos relacionados con la cimentación de las pilas pero, la verdad sea dicha, ahora que los trabajos marchan al ritmo adecuado, no falta labor sobre la que echar mano aunque ésta sea dura, penosa o excesivamente laboriosa. La Terrestre y Marítima de Barcelona, empresa conocida por todos por haber dejado patente el sello de su buen hacer en excelsas obras como el viaducto recientemente construido en la vecina villa de Redondela, se ha encargado de tender los tramos metálicos que ligan Guillarey con el Miño y ya se ha verificado satisfactoriamente su buen uso, de tal manera que saliendo en estos momentos una locomotora de Vigo hacia Portugal habría de detenerse únicamente a los pies del futuro viaducto. Allí, tras las arduas labores de estos últimos meses, hemos venido en concluir la construcción de la tercera pila y el montaje de tres tramos y medio de los cinco de los que consta. Calculo yo, por lo tanto, que, libres de imponderables contratiempos, habremos de tener rematado el puente hacia el verano de este mismo año.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez


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Tuy, 16 de septiembre de 1884

Mi amado hermano,

Será para mí un alivio conocer que disfruta v. de salud en compañía de Madre, de cuyos cálidos abrazos no transcurre minuto que no padezca yo nostalgia.

Conmigo habría de compartir regocijo si pudiera contemplar v., como lo hago yo en este preciso momento, la magnífica edificación que ha de suponer la unión de dos naciones tan hermanas como los somos nosotros mismos. Entienda v. que esto no es más que una figura retórica y no pretendo yo, faltaría más, poner en tela de juicio el cariño que v. y yo nos profesamos mutuamente al cotejarlo con las espinosas relaciones que siempre ha mantenido nuestra patria con el pueblo luso. En absoluto. Aclarado este extremo, le informo de que en el día de ayer fueron dadas por concluidas las faenas de construcción del maravilloso puente internacional. No piense v. que esto significa, de ningún modo, que puedan de manera inmediata comenzar a transitar ferrocarriles, carros o personas, puesto que, tal y como establece el sentido común y también los pliegos de condiciones facultativas, ha de abrirse a partir de este mismo momento un período de probatura en el que se someterá la construcción a los exámenes y contrastes necesarios para demostrar que responderá de manera eficaz y segura a las exigencias a las que el transcurso del tiempo habrá de someterlo. Se trata de una imposición meramente administrativa y bastante redundante, como todas las que comparten dicho adjetivo, puesto que a la vista de cualquier lego está que esta magnífica construcción habría de soportar toda aquella carga con la que Dios pudiera tener la voluntad de castigarlo.

Para que pueda hacerse v. una idea de qué le estoy hablando le diré que el puente es un portento que consta de cinco tramos de celosía de desiguales longitudes, ya que ha deseado Mancebo, hombre de cálida condición, que esa disimetría le aporte a éste un carácter más artístico y mucho menos sobrio. De esta manera los dos tramos laterales miden una luz de sesenta y un metros, y los dos centrales, entre los parámetros de los apoyos, distan sesenta y seis. Sobre las avenidas de acceso al tablero inferior, destinado a carretera, se asientan dos magníficos estribos de diez metros cada uno y dos viaductos laterales de quince, construidos éstos en sillería granítica y en los que, por lo que ha querido manifestar el propio Mancebo, huyó de darles un aspecto de fortificación por haber entendido que no debían señalarse fronteras entre pueblos hermanos y porque, además, proyectándose la obra desde el camino de Tuy, bajo los muros de la plaza fuerte de Valença, la comparación entre lo real y lo que imitase habría de darle un carácter falso y pueril. Una opinión que ya compartía yo plenamente al ver el proyecto y de la que he podido aseverar su acierto una vez observado el soberbio resultado.

En cuanto a la vida doméstica, he de manifestarle que los cuatro gozamos de estupenda salud. Tal vez se sorprenda v. de que mi recuento familiar alcance dicha cifra, pero es que ha querido la suerte que ciertos problemas económicos del Dr. Aquilino lo hayan obligado a abandonar su casa, la cual no alcanzaba a sufragar. Y si digo suerte, siendo en verdad una desgracia para él, es porque nos ha brindado a nosotros la ocasión de poder darle el acogimiento que merece en nuestro propio humilde hogar. Fue grande la sorpresa mostrada por Leonilde al ver que, cuando me profería la lamentable desgracia acaecida al Doctor, era yo mismo quien proponía la alternativa de ampararlo. Sepa v. que el desdichado facultativo ha sufrido en sus carnes el secular anquilosamiento que afecta a la administración pública y, pese a disponer de los preceptivos estudios para ejercer su profesión, existe cierta resistencia burocrática, según tal nos explica él, a la emisión del correspondiente título que así lo certifique. Ha sido de esta manera como las autoridades, llevadas por esta ausencia de acreditación, así como por las fariseas denuncias de varias mujeres que han alegado cierto exceso de celo en sus auscultaciones, le han clausurado la consulta condenándolo de tal modo a la indigencia. Por suerte, la providencia ha querido que hayamos podido encontrar una solución al gusto de todos y de esta manera tenga el doctor un techo donde guarecerse y nosotros podamos asimismo gozar de su compañía y de los imprescindibles cuidados que presta a mi amada Leonilde. No creo ser yo hombre pedigüeño ni muy dado al empecinamiento o la reiteración, pero una vez finalizadas las obras del puente y, por tanto, no disponiendo de emolumentos con los que alimentar las cuatro bocas que dependen de mi persona en estos momentos, le rogaría que me hiciese llegar, si no le supone mayor trastorno, el monto que me corresponde según lo establecido en el testamento de Padre.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez



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Tuy, 8 de febrero de 1885

Hermano amado,

Entiendo, no constando manifestación en contrario por su parte, que se encuentra v. bien de salud en la compañía de madre, cuya memoria tengo presente con cada latido de mi corazón.

Produce gran lástima saber que aquí no pueda ganar el mejor, porque lamentablemente no hay ninguno: Los gobiernos español y portugués han estado demostrando hasta el día de hoy la desesperante falta de eficacia que singulariza a las diplomacias europeas. Se han enzarzado en un despropósito de trámites, diligencias y formalidades que no han hecho otra cosa que retrasar constantemente y sine die la inauguración de la obra que tantos sudores nos ha provocado en su erección. El proceso de pruebas ha estado lleno de dificultades pero finalmente, y gracias a Dios, una vez que se ha alcanzado un consenso, han podido ser realizados los exámenes de seguridad del viaducto. Ha sido así que con locomotoras de dos y tres ejes y durante un total de más de dos horas se ha certificado su seguridad y resistencia estática. Para la fiabilidad dinámica se ha recurrido al paso de máquinas de un peso de más de sesenta toneladas a frenéticas velocidades de hasta treinta y cinco kilómetros por hora. El resultado ha sido, ya se lo podrá imaginar v., completamente satisfactorio. Suponemos que, ahora sí, por fin, podremos ver pronto inaugurada esta octava maravilla del mundo.

Debo indicarle que, al no haber recibido los dineros de padre (entiendo yo que estará v. sufriendo las dilaciones burocráticas tan características de estas transmisiones sucesorias), no me ha quedado más remedio que buscar nuevo empleo que me permita mantener con la frente bien alta a mi adorada familia. No es fácil en una ciudad como Tuy dar el valor que merece a una titulación como la que yo poseo, puesto que apenas existe industria y una mano de obra tan cualificada como la mía, faltando trabajos de edificación, es difícil de colocar. Sin embargo, consciente de que se debe saber hacer virtud de la necesidad, he conseguido convencer al panadero D. Juan Solla para que me permita, por un módico estipendio, realizar una serie de labores absolutamente dignas, si bien un tanto desdeñadas por considerar la gente que son fatigosas y realizadas a horas intempestivas. No crea v., sin embargo, que el horario es desventajoso para mí ya que, de esta manera, puedo yo volver a casa y descansar unos minutos antes de dirigirme a la pescadería de la Señora Rocha donde a cambio de unos leves honorarios limpio escamas y tripas durante un par de horas más. Cuatro horas en la serrería y otras dos sirviendo mesas en la posada de mi suegro me permiten, estará v. de acuerdo conmigo en que de manera bien sencilla, obtener los dineros suficientes para que mi amada Leonilde disponga de recursos bastantes con los que alimentarnos y vestirnos a los cuatro. El pobre Doctor Aquilino, al que mis horarios perturban su ligero sueño, ha tenido la delicadeza de dirigirse a mí y recabar mi visto bueno para mudarse al único lugar en donde, de manera lógica, se encontrará a salvo de mis idas y venidas a horas tan inoportunas, a saber; el dormitorio de Leonilde. No he encontrado yo razón por la que negarle el permiso a dicho propósito, y mucho menos sabiendo que así estaría mi esposa atendida del mejor modo posible.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:




Tuy, 14 de septiembre de 1885


Hermano amado de mi corazón,

Me producirá inenarrable efusión tener conocimiento de que se halla v. bien de salud en la compañía de Madre,

Rotas nuestras ilusiones en cuanto a una pronta inauguración del puente por culpa de este desventurado brote de cólera que ha cerrado las fronteras desde hace ya dos meses, nos encontramos, sin embargo, por lo demás bien de salud. Bien es cierto que yo, por mi parte, advierto que mi organismo comienza a experimentar unas extrañas molestias e indisposiciones cuyo motivo no alcanzo a comprender y que me dificultan grandemente la prestación de servicios en la panadería, la pescadería, la serrería y la posada. Ha de saber v. que aquello tan manido de hacer leña del árbol caído es completamente cierto. Y es que no hace más de un par de días que me encontré al pie de la casa a una fémina que reclamaba sus derechos como consorte y madre de una criatura (cuyo asombroso e inexplicable parecido con nuestro pequeño Miguelín nadie pasó por alto) a un tal Pachuli cuya descripción coincidía de tal manera con la de nuestro querido Doctor Aquilino. No le llegaba al pobre hombre con la desgracia de verse desposeído de sus facultades hipocráticas como para que ahora le surgiera de la nada una fraudulenta esposa reclamando la manutención de su vástago. Por evitar a mi amada Leonilde el disgusto y al querido doctor el mal trago negocié con dicha señora el inmediato pago de doscientas pesetas si dejábamos el asunto zanjado. Supone dicho desembolso una contrariedad a la economía familiar pero no ha de ser dificil contrarrestar sus efectos una vez que vea remuneradas las labores a las que he comprometido mis ratos libres en la vendimia de esta uva tan local y sabrosa que dan en llamar “Alvariño”.

El interminable aplazamiento al que se ha visto sometida la inauguración del puente entiendo yo que no responde a razones del todo justificadas. Ha de saber v. que por el brote de cólera surgido en Valencia a principios del verano y que de ninguna manera ha alcanzado esta región se han cerrado a cal y canto las fronteras con el país vecino. Parece que todo responde a las precauciones derivadas de un brote ocurrido hace cincuenta años que asoló la ciudad de Vigo y llevó sus terribles consecuencias hasta esta villa fronteriza. Confío en que guará v. la debida cautela para evitar a Madre el contacto con la funesta epidemia que, según narran los diarios, también ha alcanzado recientemente la capital de España.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:



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Tuy, 26 de marzo de 1886

Queridísimo hermano,

Me colmará de júbilo saber que v. se encuentra bien de salud en la compañía de Madre y más me colmará el momento en que pueda abrazarlos a ambos en persona que, si Dios no dispone otra cosa, es eventualidad que habrá de darse tarde o temprano.

Ayer, después de tantos años, fue el esperado día en que hubo de llevarse a cabo la inauguración de la obra que de manera tan insólita se ha convertido en parte intrínseca de mi propia existencia. Debe reconocerse que las autoridades en general y el pueblo de Tuy muy en particular han sabido estar a la altura de las circunstancias, planteando un acto cargado de emotividad y simbolismo que, a fuer de serle sincero, ha provocado en mi interior un destello de lucidez y clarividencia que me ha permitido percibir asuntos de enorme importancia de mi propia biografía de un modo en que no los había discernido yo nunca antes.

Aún no había amanecido el día y ya se preveía gris y lluvioso (predicción nada intrépida en esta región, por otra parte) cuando partió de la ciudad a la que aquí gustan tildar de “olívica”, a saber, Vigo, un tren especial formado por un coche-salón, dos primera, tres segunda y tres tercera, arrastrados por la afamada locomotora “Alfonso XII”, Dios guarde a su difunta Majestad en la gloria. Podrá imaginarse v. la tremenda emoción que causó cuando a las siete y media de la mañana, profusamente engalanada con escudos, mirtos y banderas españolas y portuguesas, llegaba a Tuy para acercar a autoridades, prensa, invitados y hasta una compañía al completo del Regimiento de Infantería Murcia. La lluvia arreciaba a orillas del Miño y, a pesar de ello, ambas márgenes se inundaron de gentes que habían acudido de todos los confines en trenes especiales que estuvieron llegando a los dos municipios de manera incesante durante cuatro días. No me tomará v. por hombre propenso a la desmesura si le aseguro, porque así ha sucedido en realidad, que cifran las autoridades hasta veinte mil almas las que ocupaban ambas riberas.

Entonces, bajo la pesada lluvia, y mientras todo el mundo vitoreaba y agitaba sus banderolas, iniciaron su andadura, en hermosa simetría sobre el puente, la locomotora “Alfonso XII” desde la parte española y la “Valença” desde la orilla lusa. Fue un momento, como v. podrá imaginar, tan vibrante y conmovedor que permanecerá indeleble en las memorias de quienes tuvimos la gracia de ser testigos históricos de la soberbia conmemoración. Los hombres arrojaron sus sombreros al aire. Las mujeres agitaron sus pañuelos. Los maquinistas saludaron extasiados. La compañía militar ejecutó con brío el himno nacional. Las bombas y los cohetes detonaron en el cielo. La lluvia perseveró. Leonilde buscó la protección del Dr. Aquilino apretándose contra su pecho. El pequeño Miguel se escondió entre las faldas de su madre. Y yo, mientras tanto, con lágrimas emocionadas, admiré como las dos máquinas avanzaban con ritmo pausado hacia el centro del viaducto, para poco después aminorar la marcha con delicadeza y, en un gesto de formidable sentido alegórico, juntar de manera culminante sus parachoques en lo que a todo el mundo se le antojó un exquisito beso locomotor.

Aunque le parezca a v. cosa difícil de creer, no encuentro yo palabras en el elenco de mi vocabulario para describir la mayúscula impresión que causó en mi interior dicha escena. Y es que entiendo yo que hay ciertas excelsitudes que únicamente están al alcance y percepción de aquellos que poseemos alma de perito. No vaya v. a interpretar en esta expresión un repentino brote de petulancia por mi parte. Nada más lejos de mi intención. Pero debe v. saber que en ese mismo instante, en el preciso momento en que las máquinas de vapor se acariciaron frontalmente con semejante sensualidad y concupiscencia, adquirí yo clara consciencia de un hecho que había pasado inadvertido a mi inteligencia hasta entonces: Soy ingeniero. Dicho así semejará una obviedad al entendimiento de cualquiera. Pero comprenda v. que lo que yo percibí no guarda relación alguna con el hecho de haber procurado la formación necesaria para ejercer esa profesión. No se trata de algo tan nimio e insustancial. Lo que yo aprehendí en aquel referido instante es que realmente yo nací ingeniero. Ingeniero con mayúsculas. Huesos, vísceras y sangre de ingeniero. Soy ingeniero antes que marido. Ingeniero antes que padre. Antes, si me permite v. la licencia, que hermano y me atrevería a asegurar, si no le debiera a Madre el respeto que merece, que lo soy también antes que hijo. Y fue en ese preciso instante también que se reveló ante mí, de manera clara y rotunda, una realidad de la que he escapado durante todos estos años: Leonilde. Nunca he besado a Leonilde. Mis labios nunca han llegado a juntarse con los suyos de la manera ardorosa y sensual en que lo hicieron esas dos locomotoras con su simbólico ósculo. Y no la he besado nunca porque, obviando el hecho de que en toda ocasión que yo lo intentara ella habría de aducir una jaqueca o algún otro inoportuno malestar, en realidad, digo, no ha sucedido por que mi relación con ella no ha sido, verdaderamente, más que un oportuno pretexto, así lo colijo ahora, para poder ser testigo de primera mano de la construcción de este puente en el que he puesto el alma y abandonado la salud.

Así que, en aquel mismo instante, miré hacia ella, mi Leonilde, con la que v. se habrá ya encariñado, y la observé, de pie, delante de mí, mirándome con sus grandes ojos negros, todavía asida al brazo del Dr. Aquilino que distraídamente atusaba su dorada melena. La miré a ella y miré al pequeño Miguel, su sobrino de v., que se alzaba delante de ellos dos, con sus hermosos cabellos amarillos y sus enormes ojos de azabache. Y por un momento y de manera repentina, con esa instantánea imagen impresa en mi mente, y como si se tratara de ese estornudo que no quiere concretarse, tuve la impresión de que una nueva verdad estaba a punto de revelárseme. Pero de la misma manera que vino, como el reticente estornudo que se desvanece, la sensación desapareció y lo único que sentí fue una profunda lástima por ellos. Por saber que habrían de perderme. A mí. A quien tanto amaban y por el que tanta pasión –no será v. quién de llevarme la contraria en esto- habían derrochado durante estos años. 

Debo confesarle a v., cuya fraternal simpatía me ha acompañado en todo momento, que no me ufano yo del hecho de abandonar éste que ha sido mi hogar durante tanto tiempo, pero debe también v. entender que la vida se compone de fases y que uno ha de cumplir con los cometidos que Dios le ha asignado en este mundo; y el que hubo de tocarme en gracia a mí, ahora lo percibo con perfecta lucidez, no es otro que levantar puentes. Le reconoceré además, y guárdese v. mucho de compartir esto con Madre, que he llegado a alcanzar la firme convicción de que la ingeniería de la obra más compleja del universo es infinitamente más inteligible y asequible al entendimiento que la más simple de las mujeres. Por eso, y pese al cariño que siento por Leonilde y Miguel, hijo de mi propia sangre por obra y gracia de Dios Nuestro Señor, partiré en breve fecha, sin ánimo de regreso, rumbo a la ciudad de Vizcaya donde, me han asegurado, no será difícil hallar empleo en las tareas de construcción de la excelsa obra diseñada por el arquitecto D. Alberto de Palacio y Elissague que unirá las dos márgenes de la ría del Nervión.

Por último, le indico que puede encontrar v. adjunto a estas parcas letras que le escribo en el día de hoy, un pequeño recorte de prensa que no viene a ser otra cosa que la crónica publicada por el diario Faro de Vigo sobre el magnífico acontecimiento vivido ayer a orillas del Miño. Sírvanle a v. dichas palabras, queridísimo hermano, después de todo lo que le he narrado, a modo de epitafio (indigno, eso no se ha de negar) a mi intensa relación de estos años con la fiel Señora Leonilde de Montero y también, en definitiva, con la muy noble y muy leal ciudad de Tuy.

Sin otro particular en que molestar su atención le dará v. memorias de mi parte a Madre y v. reciba las que gusto de este su hermano que más desea verlo que no escribirle y que lo es:

Fabián Montero Rodríguez

Pd. En cuanto disponga yo de unas señas precisas en la capital vascuence se las haré saber a fin de que pueda v. dar cumplimiento a su anhelado propósito de enviarme los dineros legados por Padre.

 

 

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