27 de enero de 2014

Para siempre







Leo Randja - De la amistad y el Odio


Para siempre



- …La medida de nuestra pobreza es que hayamos podido llegar a echarlos de menos. A los amigos me refiero, claro. Me sigues, ¿no? Hablo de eso de que quien tiene un amigo tiene un tesoro. La frasecita que todo el mundo conoce. En eso estamos de acuerdo, creo yo; en que es conocida por todos, digo. Bueno, pues fíjate que no es una sentencia a la que yo me aferre de manera categórica. Y no es que sea yo un cínico, no creas, pero lo que tampoco quiero es que nadie me tome por un incauto. Eso nunca. Porque amigos los hay de muchos tipos. Siempre que tomemos la palabra en un sentido amplio, eso de entrada. Y, mira, no tengo yo ahora el cuerpo con ánimos de jerarquizarlos, estratificarlos o categorizarlos. Nunca ha sido esa la naturaleza de mi carácter. Quiero decir con esto que no me gusta reducir al absurdo a las personas. No a todas, al menos. Me parece impropio, y más si es en relación a estos temas tan delicados. La amistad –creo yo- es uno de los conceptos más quebradizos que existen. Por eso me cuido yo de cuidar las mías. Valga la redundancia. Pero, claro, tú eso ya lo sabes, puesto que eres mi amigo. Desde luego, es bien cierto que, si nos faltasen escrúpulos o anduviésemos escasitos de pudor, podríamos llegar a elaborar una escala. Una gradación, no sé si me entiendes. ¿Me entiendes? Claro que sí, ¿no? Yo sé de quién la haría bien a gusto –si no la ha hecho ya-. Poniendo nombres, incluso. Bonito no es, desde luego. Ni para ir enseñándola orgulloso por ahí; pero podría llegar a serte útil, no vayas a creer. Hombre, tampoco quiero que pienses ahora que te cuento esto con el ánimo de hacerme el interesante, o para dar pie a que me insistas en cuáles serían las categorías que yo establecería. Para nada. Pero vamos, que si realmente te interesa... ¿te lo explico? A ver, qué te digo yo, por ejemplo, tú imagina un papel en blanco; lo tienes, ¿no? Bien, trazaríamos entonces –intenta hacerlo mentalmente- una línea horizontal en el margen superior: “Amigos del alma”. Subrayamos. Yo lo escribiría en color rojo… No, en dorado mejor: llamativo pero solemne; nos gusta que resalten pero también queremos tratarlos con el respeto que merecen. Bajo esta línea escribes los nombres de las personas que consideras dignas de tal calificativo. Ojo, uno o dos nombres es suficiente ahí. Tres sería admisible, pero poco aconsejable. A partir de cuatro quedaría patente que no has entendido el concepto. ¿Por qué no lo has comprendido? Respóndeme antes a esto: ¿Qué es un amigo del alma?, ¿Cuántos amigos caben en un alma? ¿Qué es el alma? No me mires así; Pueden parecer absurdas, pero no es nada fácil dar respuesta a estas cuestiones, porque, para ello, antes deberíamos haber alcanzado a comprender cuál es la auténtica naturaleza de las relaciones entre humanos. No de todas. Quiero decir: no de todos los tipos. Porque hay muchas clases de relaciones humanas. ¿Muchas, muchas? No, vale, ahí exagero, es cierto. Concretamente -y que conste que, para mi gusto, estoy sintetizándolo todo demasiado- digamos que existen cuatro clases de relaciones entre las personas. Por razones obvias, no escucharás de mi boca en toda tu vida una expresión tan poco apropiada como "personas humanas". Eso jamás; "relaciones entre las personas", o "relaciones personales" si lo prefieres. Si algo me revienta son las redundancias repetitivas e innecesarias. Y repetitivas. Bueno, a lo que iba: Podríamos decir, entonces, que en el primer lugar de los tipos de relaciones personales se situarían las sentimentales. Pero, ¿y por qué en primer lugar? Pues, verás, las coloco yo ahí por ser las más intensas. De eso creo que no cabe duda. Intensas y apasionadas. Cuando lo son; que no siempre. Porque tampoco es raro que dejen de serlo. Lo que no es descabellado es cuestionarse el porqué de situarlas de primeras, porque -y ahí le duele-, ¿son acaso las más necesarias? Ah, pues qué quieres que te diga yo. Si alguien me pidiera una opinión analítica –y no se me ocurre quién podría pedirlo-, sostendría yo que no. Sí, sí, he dicho que no. Que no son las más necesarias. ¿Que me ganaría algún enemigo –o enemiga, más bien-?, eso es seguro. Pero, en fin, todos sabemos de quién ha vivido toda su vida sin practicar este tipo de concomitancia. Y felices que han sido. No digo yo que todos, pero sí algunos, al menos. O eso se han empeñado en contarnos a los adictos. En definitiva, que la complejidad de este tipo de relaciones queda lejos del alcance de nuestra charla y también, eso no me lo puedes negar, del entendimiento de cualquiera con dos dedos de frente. O del sexo masculino, que no quiero yo decir con esto que tenga una cosa que ver con la otra. En fin... La particularidad del segundo tipo de relaciones, las familiares, no es que sean necesarias -que lo son, obviamente: Una madre es una madre. Y sin ellas, ya me dirás tú... - sino que su sino es ser obligatorias. ¿Mala cosa? No "per se". Latín no dominas, ¿no? Vamos, que no es una mala cosa "en si misma"; eso es lo que significa el latinajo. Pero sí, es innegable, que esa perentoriedad viene a colocarnos en una situación bastante delicada: Estamos destinados a lidiar con ellas. Nos es forzoso. Preceptivo. Ineludible. En suma: imperativo. Por narices, vamos. Y además de por vida, lo cual es peor. No cabe decir: me tienes harto, ya no eres mi primo. A ver, no cabe, no cabe… poder, puede decirse. Más de uno lo habrá hecho ya, seguro. Dependerá mucho de los primos que te hayan tocado en suerte, que yo a los tuyos no tengo el gusto. Pero aún así, por muy alto y claro que llegues a pronunciarlo, seguirá siendo el hijo de tus tíos por siempre jamás y, qué te digo yo… que podrás evitar las reuniones familiares o rehusar asistir a las bodas, pero ¿dejará por ello de ser el sobrino de tus padres –y por ende, tu primo-? Rotundamente no. Las relaciones familiares son obligatorias y -hazme caso- ya sean satisfactorias o perniciosas, lo que es seguro es que no son perecederas. Hombre, también es cierto que hay que distinguir entre afinidad y consanguinidad. Vamos, entre la familia-familia-como-dios-manda y la familia política. Porque no irás tú a decirme que son lo mismo. O parecido. Que te digo yo que hay quién lo confunde, que en el mundo hay de todo. Y no seré yo quién se emperre en argumentar que no pueda uno llegar a llevarse mejor con su cuñado que con su primo. Podría darse el caso, sí. ¿Difícil es? vale ¿muy complicado? sí, señor. ¿Pero posible? Desde luego. Ahora, usemos la imaginación: si eso sucediera y no fuera fingimiento -la sospecha siempre flotará en el aire- será porque la relación ha trascendido lo familiar y se ha convertido en amistad. Con lo cual, su análisis llegará más tarde: con la cuarta categoría. Que es la que nos interesa y en la que me centraré con un poquito más de detenimiento. Pero antes nos queda el último tipo: las relaciones laborales. Y aquí, mira... aquí sí que la cosa es difícil. Porque este tipo de relaciones son cuasi-obligatorias, cuasi-imperecederas -Dios me oiga- y por encima hay que tratarlas durante cuasi cuarenta horas semanales -y digo "cuasi" porque al café salimos todos-. Y dile tú “ya no eres mi compañero de trabajo”. De la risa se muere el tipo. Y es que tiene su enjundia el asunto. Si dispusiéramos de tiempo suficiente –que no es el caso- me atrevería a extenderme sobre las diferencias que implica el que se produzcan en sentido vertical u horizontal. Para que me entiendas: que no es lo mismo torear a un jefe o un subordinado que a un colega. Más claro agua. Pero, escucha, no quiero darte más la paliza con esto; que bastante te la he dado ya. Tú aguanta un rato que ya vamos entrando en materia. Te decía yo que no sabrías responderme a la cuestión de qué es un amigo del alma porque para ello deberíamos haber alcanzado a comprender antes cuál es la auténtica naturaleza de las relaciones entre humanos. Cierto. Manifiesto. Absolutamente obvio y palmario. Siempre que entiendas que a las relaciones de amistad me refería. Y perdona que me haya ido un tanto por los cerros de Úbeda, Jaén, capital de la comarca de La Loma; pero es que todo tiene su sentido. Es algo muy propio de mi familia, o eso se comenta, esto de los circunloquios. Atavismos: A otras familias les da por la hípica, las matemáticas o la poesía del siglo XIX. Nosotros somos muy de circunloquios. Herencia paterna, imagino: el bisabuelo Saturno era dentista. Ya me entiendes; La anestesia de las palabras. Pero me centro ahora. Tú eres amigo y no quiero perderte. Te decía que todo tiene su sentido porque las relaciones de amistad son completamente distintas a todas las anteriores: son absolutamente necesarias, intrínsecamente delicadas y frágilmente perecederas, pero, sobre todo, si hay un elemento que las diferencia de las demás es que son íntimamente voluntarias. Y ahí es donde está –a mi entender- el quid de la cuestión: en que son VO-LUN-TA-RIAS. Esas cuatro sílabas –sí, parecen pocas pero no hay más. Ten en cuenta el diptongo- son lo que sitúan a este tipo de relación en una perspectiva completamente diferente a las otras. Uno elige –o debería hacerlo- a sus amistades. Y en el pretexto que impulse dicha voluntariedad subyacerá el espíritu que imbuya la naturaleza de esa relación. Tan sencillo como esa frase. Aunque no hará falta, me explico: ¿Qué fuerza nos empuja a querer ser amigos de alguien en particular? ¿Qué fuerza empuja a los demás a querer ser nuestros amigos? Pues, opino yo que a cada una vendrá alimentada por una necesidad distinta, al igual que los distintos menesteres que nos puedan acuciar a nosotros al respecto. Amigo, el hombre es un ser social. Un animal de manada. La imagen de uno mismo la concretamos en referencia al espejo emocional de nuestras relaciones con el entorno y muy particularmente observándonos en nuestras amistades. Sólo somos lo que los demás perciben qué somos. No es absurdo esto. O sí. La verdad es que bien pensado es terriblemente absurdo. Porque acaso no te sucede a tí que tienes la impresión de que se te percibe erróneamente y que en tu interior eres completamente diferente a la imagen que ofreces. Pero, ¿es así? ¿seguro? No, mira, es que parece un poco egoísta pero en el fondo es buena persona. ¿en el fondo? ¿qué es eso del fondo? ¿insinúas que cuando está rascándose el ombligo en su casa es buena persona? ¿es eso el fondo? Vamos, no me j.. fastidies. Perdona que se me vaya la lengua. El fondo, a esos niveles, no existe. Si te comportas como un hijoputa egoísta será porque lo eres y punto. Y lo eres porque los demás lo perciben. ¿o no? Por muy convencido que tú estés en que estás hecho de otra pasta o por mucho que en tu interior estés dispuesto a salvar a todos los cetáceos del mundo o a dar cobijo a los innumerables perros y gatos abandonados de la comarca; en el fondo –ahora sí- lo único que eres es un ególatra de mierda. Y quién dice egoísta, dice idiota, desagradecido, inculto, tarado, dubitativo, nervioso o cualquier otro rasgo que nos pueda definir como humanos. El pudor es lo que hace que, con carácter general, tratemos de evitar que salgan a la vista estas miserias humanas que no dejan de ser –en una medida o en otra- comunes a todos nosotros. Todos somos un poco ególatras, al fin y al cabo, qué duda cabe. Pero si nos rodeamos de amigos y tenemos la inteligencia emocional suficientemente desarrollada, controlada y equilibrada, como para ofrecerles a ellos una imagen de desinterés y entrega, podremos llegar a tener una percepción íntima que nos satisfaga y no nos hará falta rascarnos el ombligo "en el fondo". Sí señor: Que nos pasamos la vida actuando, en resumen. Es así, créeme. Pero lo bueno es que tenemos la opción de elegir el público. Y aquí iba yo. Uno debe saber jugar su rol en la manada. Eso se aprende con el tiempo. Desde pequeñito va uno buscando su lugar en el grupo a medida que van surgiendo las correlaciones. Te vas sintiendo cómodo en tu papel, forjando la personalidad, en definitiva. Eso con respecto a las amistades. Porque uno puede ser de una manera con su familia, de otra con los amigos y de otra distinta en el trabajo... En fin, todo dependerá de tus habilidades interpretativas o de tu inercia. Porque también hay -el mundo es variopinto- quien se deja arrastrar por la inercia y actúa siempre del mismo modo con independencia del contexto en que se vea envuelto. Personalidad muy acusada, mantienen algunos; dificultad de adaptación, dirán otros; vagancia, es lo que creo yo. Total, que otra vez me he ido por las ramas. No sé cómo me aguantas. La amistad es lo que tiene, a veces hay que aguantar. Y se aguanta, ¿a qué si? Bien a gusto; para eso están los amigos. Pero vuelvo adonde estaba: Quería hacer yo hincapié en el hecho de que a la hora de buscar las amistades nos mueve una necesidad, un impulso. Llevado al extremo del absurdo, cuando uno se acerca a ti lo único que busca es su propio equilibrio. Ese es el impulso. Buscamos sostenernos. Debes saber que a partir del momento en que fragüe el vínculo, serás una referencia que le sirva a él o ella para colocarse en el mundo. En su mundo. Y él, de manera inconsciente, se convertirá también -pues las relaciones son bidireccionales- en un punto sobre el que medir la perspectiva de tu propia existencia, obviamente. Y cómo se consigue ese equilibrio, te preguntarás. Digo yo que te lo preguntarás, porque no creo -me parece imposible- que hayas entendido ni jota del trasfondo de mi disquisición. Que no quiero llamarte lerdo con esto; sino que sé bien que la cosa no es fácil, y no soy yo el mejor orador. Pues ahí está el tema. ¿Qué equilibrio busca alguien al acercarse a mi? El que necesite, ni más ni menos. Lógicamente todo esto es perfectamente inconsciente. Sucede así, de manera natural. Pero no hay nadie, puedes creerme, absolutamente nadie en el universo que escape a ello. Y lo que necesite de ti pueden ser muchas cosas, tantas como categorías tendrás tú en tu lista. Puede que únicamente necesite admirarte. Cuídate mucho de la adulación. Es perniciosa y malsana y con frecuencia deriva en desequilibrio precisamente. Aunque lo más habitual -estos son mayoría- es que precisen que los admires tú a ellos. La admiración de los demás produce mucho equilibrio, ¿no te jode?, alimenta el ego, pero no es buena en términos de amistad. Jamás lo fue. Salvo que sea recíproca. Eso sí. Ahí puedes tener a un amigo del alma. Tal vez, -esto sucede mucho- simplemente quiera mirarte un poco por encima del hombro. Tenerte ahí, siempre un escalón por debajo. Algo que lo colocará a él en un lugar cómodo. Serás un amigo digno, puesto que estás casi a su altura, digamos. No alguien para admirar, como de los que te hablaba antes. Sino un colega que siempre estará un poquito por debajo. Mucho cuidado con estos: Si osas romper la balanza generarás conflicto. Pero, hazme caso, se debe forzar con delicadeza pero con constancia. Si lo resiste y no se desquicia podrá llegar a ser un buen amigo algún día. Si se desquicia puedes llegar a conseguir un cabronazo competitivo, así que es mejor que midas bien. La competitividad hay que saber gestionarla porque deriva con frecuencia en enemistad. Hay también amigos vampiros que lo único que buscan es consumir tus energías de cualquier manera posible. Estas relaciones -no merecen el término "amigo"- debes evitarlas siempre. Pero, ya sabes, a veces no queda más remedio que tenerlos ahí, puesto que forman parte de la manada aunque nadie sabe todavía porqué. Con estos las cosas muy claras. Desde el principio; hay que evitar la mordida como sea. Otros hay que necesitan envidiarte. Necesitan sentirse no un escalón por encima, sino a mil millones de kilómetros de distancia de ti. Infinitamente mejores. Cualquier cosa buena que te suceda a ti considerarán que no la merecías tú sino ellos. Las envidias son lo peor: rompe por lo sano. En resumen que hay de todo: existe quién busca a un afín con el que compartir sus cosas y también los que buscan a un complementario que les confiera un sentimiento de integridad, quién busca tu amistad como medio de darle prestigio; o simplemente para sacar algo de provecho; por supuesto los hay que sólo quieren pasárselo bien; los que necesitan un apoyo como sea; los que necesitan apoyar como sea; los que necesitan dinero; los que necesitan fardar… De todo. Las categorías las pones tú. Tú sabrás de quién te rodeas. Salvo una. Subrayada y en dorado: El amigo del alma. Y ahora que te he explicado todo esto, deberías ser capaz de entender por ti mismo el porqué de no poner más de dos o tres en esta categoría, ¿qué crees tú?

- Señor, menuda tabarra, ¡que yo sólo quiero un pitillo!

- Sinceridad y congruencia lo primero, por favor. Lo que tú me has dicho exactamente es: "Hey, amigo, ¿tienes un 'sigarrito' por ahí?". Con lo del tabaco voy después, ahora sólo trato de que quede claro el alcance del primer término. Te decía yo que la medida de nuestra pobreza es que hayamos podido llegar a echarlos de menos...









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